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Rubén Montoya Vega | Un cáncer llamado impunidad

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Ecuador es tierra de impunes y camina a paso desbocado hacia un despeñadero que no advierte o no le da la gana de advertir...

Hay algo peor que la corrupción: es la impunidad. La corrupción es el ejercicio deshonesto de un cargo, poder, actividad. La impunidad es la certeza de que no se pagará ninguna consecuencia. ¿Cuál es peor? La segunda, porque le abre las puertas a la primera.

Ecuador es tierra de impunes y camina a paso desbocado hacia un despeñadero que no advierte o no le da la gana de advertir. Lo empujan las impunidades de muchos, algunos de los cuales estaban llamados, precisamente, a salvarlo del abismo. La impunidad de los que fueron elegidos para gobernar en favor de todos, y lo hacen en el suyo legislando a la carta, protegiendo a familiares rateros, construyendo ilusorias refinerías o perdonándose impuestos.

La impunidad de los jueces chupamedias del poder y la de los que liberan mafiosos sabiendo que volverán a extorsionar, torturar, matar. La de los fiscales que cobran por todo y han hecho de la justicia el proceso más desquiciante y lucrativo que concebirse pueda. La de los legisladores que no saben ni qué carajos es una norma, pero podrán traficar influencias, cobrar vacunas o emplear hasta a sus amantes mientras tengan afinadas sus amaestradas gargantas. O levantadas sus serviles manos.

La de los ricos dirigentes indígenas que chupan la sangre a sus propias comunidades a la par que repiten el credo, hoy mentiroso, de la resistencia. La de los atracadores que patean policías y escupen a mujeres, envenenan aguas y cortan luces, incendian carros y contralorías. La de los militares que sirven al narco, o disparan y luego preguntan, o secuestran niños y después los tiran.

La de los troles digitales que comen, literalmente, de la mentira porque inventan datos, se orinan en verdades y destruyen prestigios. O lo intentan. Y la de quienes los contratan, sean vulgares ministros o alcaldes barrabravas.

La de las vacunadoras, perdón, operadoras de salud, que revisan 50 veces al mismo paciente o lo mantienen internado en UCI’s costosas, y luego pasan la jugo$a factura. La de los que lavan en las alturas de despachos financieros el dinero que surge de la droga y del saqueo.

No es la corrupción el cáncer que nos matará: es la impunidad.