Rubén Montoya Vega | Requisito Uno: que no mienta
La próxima vez que escojamos a un representante -de lo que sea- exijámosle como requisito uno e imprescindible, que no mienta
Voy a decirle una verdad incómoda: a usted le gusta que le mientan. Tal como lo leyó: a usted le gusta que le mientan. Pero tranquilo: es mal de muchos, muchísimos, así que consuélese… Y así seguirá pasando hasta que tomemos (sí, tomemos) conciencia y reiniciemos nuestro programa interno. La verdad es necesaria, la mentira es solo popular.
Mire usted e insisto: ¿cuál es la razón del éxito arrollador de las noticias falsas? Que apelan a nuestros prejuicios, ideologías o intereses. Si se engarzan allí, ¡bingo! Podría ser una mentira colosal, pero no importa: la creeremos como devotos. Pondré dos ejemplos: usted le dice a sus partidarios que construirá la refinería más moderna del Pacífico y por eso costará la bola de plata. Al final hay apenas un terreno aplanado… El resto de la historia la intuye, ¿verdad? Que los estudios y blablablá. Igual no se preocupe: sus partidarios lo apoyarán. Como borregos al pastor. El otro es similar: se va la luz en todo el país y usted sale a decir que es por trabajos de reparación. Y luego vienen meses de apagones, y una mentira tras otra para justificarlos. El resto de la historia la intuye, ¿verdad? Que el estiaje y blablablá. Pero no se preocupe: sus partidarios lo aplaudirán. Como focas a su adiestrador.
La mentira nos gusta porque somos humanos, y los humanos tenemos señas particulares: el instinto de supervivencia -que nos hace agarrarnos de la rama más a la mano- o la necesidad de creer en ilusiones -amamos los cuentos-. Y para colmo tenemos un monstruo llamado ego, amo y señor de nuestras decisiones, que nos hace adictos a todo aquello que confirma lo que queremos oír, no lo que necesitamos. Por eso nos caen tan mal los que nos enrostran las verdades o las informaciones. Y nos caen tan bien los mentirosos.
Pero deberíamos resetearnos. Redimirnos. Ponernos tareas sencillas, simples. Las grandes metas comienzan con un paso, uno. Y de a pasitos se construyen. O sea que la próxima vez que escojamos a un representante -de lo que sea- exijámosle como requisito uno e imprescindible, que no mienta. Que nos diga la verdad, aunque duela. ¿Es mucho pedir? A usted le digo.