Premium

Rubén Montoya Vega | Comprometerse. O morir

Avatar del Rubén Montoya

Es hora de parar en seco nuestra costumbre de mirar para otro lado. Como si todo nuestro deber fuese elegir representantes

El sábado pasado, Manuela Gallegos, dirigente emblemática del correísmo inicial, dijo en este diario que Quito era tierra de nadie. Dio razones y no exageraba. Pensé: si Quito es así, ¿qué cabe decir de Durán, ese pulmón al que hemos abandonado? Aquel día un concejal de allí y su custodio fueron asesinados. Y en la misma semana, también un alto funcionario municipal.

Soy partidario de los datos, pues sin ellos no hay posibilidad de entender algo. Pero hoy no hacen falta. ¿O, acaso, debo reiterar los de las masacres en cárceles, una sala de billar, una gallera, un bar o las simples calles de Playas, El Empalme, Esmeraldas, El Carmen, Pichincha, Machala, Durán…? Es un error gravísimo pensar que se están matando “entre ellos”, en alusión a los narcos. Es cierto que se disputan a sangre sus territorios, pero mientras lo hacen nos desgarran a todos. ¿Qué hace falta para que nos demos cuenta? ¿Qué cifra nos sacará del espanto?

No es hora de los datos: ya están todos, abarrotados como las cuencas de un rosario. Es hora de parar en seco nuestra costumbre de mirar para otro lado. Como si todo nuestro deber fuese elegir representantes (de paso, mal). Es hora de hacer exactamente lo contrario a lo hecho en estos años de ‘no es conmigo’ y ‘sálvese quien pueda’.

¿Y qué es lo contrario? Para nuestros políticos sería liderar con el ejemplo, sentarse con el adversario, no mentir. Gobernar para hoy, legislar para mañana. Pero como ellos no entienden un carajo de eso, nos toca a los ciudadanos. Debemos hacer lo que ellos no saben: comprometernos con dejar a los que vienen, a esos que decimos amar, un país…

Un país. Digno, pujante, humanamente respirable, mínimamente honesto. Y para eso debemos vencer el miedo, juntarnos, alzar la voz. No para gritar, sino para dialogar, ceder, sumar. No somos derecha o izquierda, ni antis o pros. Somos una potencia más asustada que dormida, que necesita sacudirse y escarbar los puntos esenciales del encuentro.

¿Que esto es ingenuo? Lo ingenuo, lo cándido, lo tonto, lo cobarde es creer que usted y yo no tenemos vela en este entierro. La tenemos. Y estamos a un tris de que se nos apague.