La derrota de EE. UU.

"Esa es la gran derrota yanqui: entronizar a un personaje que expone y potencia sus fisuras mal cosidas: xenofobia, incivilidad, prepotencia..."
Ayer, mientras escribía esta columna, el resultado de la elección presidencial que enfrentó a Donald Trump y Joe Biden seguía siendo una incógnita. Pero poco importa el resultado.
La democracia más poderosa de Occidente, y algún día la más sólida, ya no lo es porque un virus le fue inoculado desde que un aventurero, deslenguado y audaz supo explotar el resentimiento de clases sociales xenofóbicas y religiosamente extremistas. Dueño de una personalidad que avasalla y una determinación brillante, Trump logró lo que parecía imposible en la tierra de Lincoln: desbaratar la institucionalidad, personalizar la política e instaurar el populismo.
Para lo primero, su táctica es desconocer cualquier decisión contraria a sus intereses, tal como acaba de hacer al impugnar comicios que no le favorecen. Para lo segundo, redujo a su partido a un vulgar membrete: por primera vez en su historia, los republicanos renunciaron a debatir un plan de Gobierno y se limitaron a respaldar el presentado por Trump. Y en cuanto al populismo: el mismo presidente que llegó en andas de votantes que querían “construir el muro” (y no les cumplió), y prometió levantar la infraestructura estatal (y no cumplió), ofreció, sin decir cómo, crear “10 millones de puestos de trabajo” en 10 meses. Una mentira tan grande como su lengua de vendedor de feria. La economía es Trump, la estrategia geopolítica mundial son sus bravatas, el programa de Gobierno son sus mensajes por Twitter. Estados Unidos es él.
Esa es la gran derrota yanqui: entronizar a un personaje que expone y potencia sus fisuras mal cosidas: una xenofobia creciente e inexplicable en un país fundado por migrantes; una civilidad rota donde solo se respeta la libertad de expresión del que piensa igual; una prepotencia torpe que le resta autoridad moral para ser el puntal que Occidente necesita para equilibrar el poder que la China totalitaria expande hacia el resto del planeta.
Aun si ganara Biden, que lo dudo, y peor si el tema llegase a la Corte Suprema, la reconstrucción de la democracia norteamericana tomará más tiempo del que ha durado ese tsunami devastador llamado Trump.