Rosa Torres Gorostiza | El paro no ayuda a la economía

Cada día de bloqueo deteriora la confianza ciudadana y erosiona la ya frágil estabilidad económica del país
Los cierres viales no son simples actos de protesta, porque su impacto trasciende lo simbólico y golpea directamente el corazón de la economía nacional, sobre todo en las zonas donde se ejecutan con mayor crudeza.
¿Qué sentido tiene bloquear caminos si el resultado inmediato es impedir el abastecimiento de víveres, paralizar empresas, restringir ingresos familiares y sembrar desconcierto en cada hogar? ¿Acaso no es contradictorio que en nombre de la defensa de derechos se termine afectando los mismos derechos de comunidades enteras? El daño resulta incluso mayor que el del alza del precio del diésel, cuyo subsidio por años alimentó mafias y contrabando en las fronteras.
La afectación no es abstracta: se traduce en pérdidas concretas para pequeños productores que no pueden sacar sus cosechas, en negocios que ven desplomarse sus ventas y en familias que no logran cubrir necesidades básicas. Cada día de bloqueo deteriora la confianza ciudadana y erosiona la ya frágil estabilidad económica del país. ¿Quién asume la factura: los manifestantes, el Gobierno o los ciudadanos atrapados en medio?
A ello se suma la violencia infiltrada en las movilizaciones. El ataque al comando policial de Otavalo o la agresión a un convoy de alimentos reflejan la incapacidad de los organizadores para controlar a los violentos. ¿Cómo pretenden sostener la legitimidad de sus reclamos si permiten que el vandalismo se confunda con la protesta? Al no frenar esos excesos terminan entregándole al Gobierno los argumentos perfectos para endurecer la represión.
Pero el Ejecutivo tampoco queda exento. ¿Qué ha hecho para bajar tensiones? Poco o nada. Sus declaraciones altisonantes, lejos de abrir caminos al diálogo, exacerban la confrontación y profundizan la incertidumbre. El presidente y sus ministros, llamados a ser factores de serenidad, se refugian en una retórica que divide más de lo que une. ¿No es esa también una forma de irresponsabilidad política?
Ecuador necesita salidas responsables, pero ni la violencia de unos ni la soberbia de otros pueden marcar el rumbo. ¿Cuánto más puede soportar un país que, de un lado, se paraliza por la protesta y, del otro, se desangra por la violencia criminal? La respuesta no está en la imposición, sino en la sensatez, el diálogo y la responsabilidad compartida.