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Rosa Torres Gorostiza | Corte y democracia en riesgo

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Cuando un presidente concentra el poder, la democracia se convierte en rehén del autoritarismo

La confrontación no puede convertirse en la tónica diaria de un gobierno. Cuando el presidente ocupa el tiempo y la energía de sus ministros en sostener ataques y persecuciones políticas, lo único que logra es distraer recursos que deberían destinarse a resolver las urgencias del país. En vez de tender puentes, se levantan muros de desconfianza que aceleran el desgaste gubernamental.

La insistencia presidencial en desprestigiar a la Corte Constitucional, con constantes descalificaciones, revela una peligrosa inclinación al irrespeto de las instituciones. No se trata solo de un pulso político, sino de una confrontación con la máxima instancia de control constitucional, cuyo mandato está claramente establecido en la Carta Magna. Ignorarla o debilitarla erosiona el Estado de derecho y sienta precedentes autoritarios.

El Consejo Nacional Electoral, al remitir a la Corte Constitucional la propuesta de consulta popular para convocar a una Asamblea Constituyente, actuó conforme a derecho. Sin embargo, la intención del Ejecutivo de saltarse ese paso expone su arbitrariedad. La tentación de evadir la Constitución para imponer decisiones abre la puerta a un viraje autocrático: de demócrata a autócrata, y de ahí a un modelo que raya en dictadura.

No es este el único frente de confrontación. El Ejecutivo mantiene choques con asambleístas opositores, acusándolos de ser obstáculos para la “transformación” del país, mientras ignora su rol de contrapeso legítimo. Las tensiones con municipios que cuestionan la falta de transferencias y el centralismo agravan la fractura institucional. Incluso la relación con la prensa ha estado marcada por acusaciones, en lugar de garantizar transparencia y el derecho ciudadano a la información.

La Constitución de Montecristi reconoce cinco poderes del Estado: Ejecutivo, Legislativo, Judicial, Electoral y de Participación Ciudadana. Todos deben ser respetados por igual. Ninguno puede creerse omnipotente ni colocarse por encima de la Carta Política. La historia latinoamericana enseña que cuando los presidentes concentran el poder en sus manos, la democracia se convierte en rehén del autoritarismo.

Ecuador necesita un gobierno que dialogue y busque consensos. Persistir en la imposición y el choque permanente conduce a un país dividido y vulnerable a repetir sus errores del pasado.