Rosa Torres Gorostiza | Amazonía: rehén de las mafias

Sin una acción firme del Gobierno, el futuro del país seguirá siendo escrito por quienes lo destruyen a punta de metralla
En Ecuador los grupos criminales han dejado de ser un fenómeno marginal para convertirse en parte estructural del poder que controla la vida del país. Algunos actúan con violencia explícita -como los Choneros, los Lobos y otras bandas armadas-, mientras otros se esconden tras corbatas y cargos públicos, moviéndose en espacios políticos, económicos y sociales con total impunidad.
Estos grupos, legales en apariencia pero mafiosos en su accionar, han colonizado cada rincón del territorio nacional, sembrando miedo y dejando a la ciudadanía sin un lugar seguro donde desarrollar su vida cotidiana.
Una de las manifestaciones más brutales de este poder criminal se vive en la Amazonía ecuatoriana, donde mafias con conexiones nacionales e internacionales han tomado como rehenes incluso a los mineros artesanales.
Con millones de dólares producto de la extracción ilegal de minerales, compran maquinaria pesada y destruyen sin piedad la selva, contaminan los ríos y acaban con las reservas naturales. Es una devastación que no conoce límites geográficos ni éticos: de norte a sur, de este a oeste, el país es víctima de una minería que avanza como plaga.
En las provincias orientales, la situación es especialmente dramática. No hay autoridad que frene el paso libre de excavadoras que abren caminos en plena selva, sin permisos ni registros, como si estuvieran en tierra de nadie. Las comunidades que habitaban esos territorios son desalojadas a punta de fusil. Las balas sustituyen al diálogo y el miedo al reclamo.
El silencio que impone la violencia armada es reforzado por el silencio cómplice de funcionarios locales y nacionales, y por la indiferencia -cuando no colaboración- de cuerpos de seguridad que han claudicado ante el poder del crimen.
Este panorama revela que en Ecuador no solo hay un problema de seguridad, sino una captura total del Estado por parte de intereses mafiosos. Mientras el discurso oficial habla de recuperación, la realidad muestra un país en manos de redes delictivas que operan sin control.
La lucha no debe limitarse al combate de bandas armadas, sino que debe apuntar también a los criminales de cuello blanco que, desde oficinas públicas o privadas, permiten, financian o se benefician de esta tragedia. Ellos también son mafiosos.