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Roberto López: Estado fallido

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Somos una sociedad que ha perdido la confianza en sus autoridades

Las porquerías que revelan los chats de Mayra Salazar permiten vislumbrar que somos el país más corrompido del planeta. Y la constante aparición pública de ciertos personajes que ahí se mencionan, negando cínicamente las cosas que vemos con nuestros ojos, crea una halo de descarada impunidad.

Uno no puede dejar de preguntarse en qué momento apresan a estos ladrones y los meten a la cárcel, a ver si logran callarlos de una vez por todas para que no tengamos que padecer el suplicio de soportarlos mintiendo a diario, mientras intentan engañarnos como si fuéramos idiotas.

Claro, nadie les cree. Así como nadie le cree a quienes están en el sector público. O acaso… ¿confía usted en los jueces? ¿En los legisladores? ¿En el CNE?

Somos una sociedad que ha perdido la confianza en sus autoridades. Cada vez que alguna dice algo, lo primero que hacemos es preguntarnos qué habrá detrás. Qué estrategia de distracción de alguna nueva pillería intentan implementar. No hay órgano del sector público, funcionario o autoridad que nos inspire confianza. Estamos conscientes de que el dinero sucio del narcotráfico y los cochinos negocios en los que participa el Estado han permeado los estamentos del poder hasta envilecernos y convertirnos en lo que somos: un Estado fallido.

¿Exageración? Nones.

¿O acaso el Estado cumple con sus cometidos de forma tal, que merezca la autocalificación de Estado exitoso? Uno en el cual la ley es un chiste, la justicia un sueño y la Administración Pública una sucesiva serie de truculentos negociados donde en cualquier lugar en el que se pone un dedo salta pus, permite argumentar de forma contundente el fracaso del ente estatal.

Y no vamos a salir del hueco hasta que dejemos de autoengañarnos y reconocer el problema: con muy pocas excepciones, la corrupción es un problema social que nos incluye a todos. Y que la expresión “país de ladrones” no es una exageración. En ciertos Estados europeos se deja sin vigilancia la fruta en las carreteras para que el público tome lo que desee, poniendo el valor de la misma en una canasta. Aquí asaltan el camión de la fruta.