Columnas

Perfil del fosforescente Wilman

Del indescriptible presidente del Consejo de la Judicatura nadie se hace cargo: ni los correístas y socialcristianos que lo parieron

El indescriptible Wilman se cree presidenciable. O algo así. Lo último fue una asamblea que devino en acto proselitista de coliseo, con empleados judiciales que abandonaron sus puestos de trabajo para gritarle vivas y hurras. Había un escenario con una estructura de metal de la que pendía un excesivo sistema de amplificación; una pantalla gigante que reproducía el careto del indescriptible en proporciones épicas mientras despachaba sus babosadas grandilocuentes y sonoras; una serie de gigantografías de lona con mensajes en su honor, mandadas a imprimir específicamente para lo ocasión y que quizás terminaran en el tarro de basura una vez concluido el acto; un par de centenares de sillas plásticas dispuestas sobre la superficie de la cancha... En suma: plata gastada. ¿Plata pública? ¿En eso emplea el dinero de los contribuyentes el hombre que puso una acción de protección contra el presidente de la República (la acción de protección más estúpida en el país campeón mundial en acciones de protección estúpidas) para exigir más presupuesto? ¿O alguien lo financia? ¿Quién? ¿A cambio de qué? Con el indescriptible Wilman uno se pone a barajar posibilidades y resulta que cada una es peor que la otra. Lo cierto es que actos de coliseo como el de esta semana los protagoniza cada tanto.

Ya tuvimos un judicial con ínfulas de candidato: el fiscal Washington Pesántez terminó con partido de alquiler propio y candidatura a la presidencia en el rango de entre el 0,5 y el 0,8 por ciento de los votos. Hombre de pocas luces y no precisamente muy intensas, poseedor de una ignorancia descomunal de cuyos abismos es perfectamente inconsciente (cree, por ejemplo, que la Segunda Guerra Mundial ocurrió en el siglo XVIII, lo cual equivale a no saber nada de nada), el indescriptible Wilman sigue sus pasos pero con efectos mucho más devastadores para el sistema judicial y harto más aspaviento.

Semejante espécimen y nadie se hace cargo de él: ni los correístas y socialcristianos, que lo parieron; ni el juez Iván Saquicela que lo puso de primero en una terna; ni los anteriores consejeros del CPCCS que lo nombraron. Nadie. El indescriptible Wilman parece actuar por cuenta propia y, sin embargo, es obvio que sigue al pie de la letra un guion bien establecido mientras fabrica su figura de presidenciable o lo que fuera. Ya representó su parte en el acoso institucional al régimen de Guillermo Lasso, con la mencionada acción de protección para sacarle plata. Ya pretendió participar, torpemente, en la conspiración contra la fiscal que ejecuta el correísmo. Ahora se encamina con firmeza hacia la destrucción final de la credibilidad del ya de por sí desprestigiado sistema judicial: atentando contra el principio de publicidad y transparencia de los procesos, al emitir una directriz sobre la transmisión de audiencias que prohíbe compartir los enlaces de las transmisiones vía Zoom; alterando el sistema digital de búsqueda de procesos para dejar gran cantidad de información fuera del alcance de los ciudadanos; y, finalmente, emitiendo un reglamento sobre el traslado de los jueces: un reglamento que le permite intervenir a voluntad en los procesos, amenazar a los jueces con el ostracismo si no actúan de manera complaciente y hasta entregar las causas espinosas a los más “leales”, por usar una nomenclatura correísta hoy en boga. Ni el error inexcusable fue tan efectivo para la manipulación de la justicia como podría ser este reglamento.

Se supone que el presidente del Consejo de la Judicatura debe tener un perfil puramente administrativo: eficiente y gris. Este, en cambio, es inepto y se volvió fosforescente: el indescriptible Wilman es una pesadilla.