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¿Lecciones de Holguín? No, gracias

Más repugnante que la reacción de Cynthia Viteri es la reacción de los correístas. En ella, a la “infinita necedad y estupidez” hay que añadir el infinito cinismo.

Que la impresentable Cynthia Viteri reaccione a un atentado narcoterrorista con fatuidades del tipo quién-manda-aquí, es apenas normal en la representante de un partido que ha hecho del poder testicular una categoría política. Ya el pelagato José Hernández escribió en este mismo espacio sobre la “infinita necedad y estupidez” de su comunicado. Nada más hay que agregar. Basta con consignar la repugnancia que produce el espectáculo de una alcaldesa que trata de sacar réditos políticos hasta de los muertos.

Más repugnante, sin embargo, porque a la “infinita necedad y estupidez” hay que añadir, en este caso, el infinito cinismo, es la reacción de los correístas. Marcela Holguín, por ejemplo, digna vicepresidenta de la peor Asamblea de la historia, escribió un tuit en el que se permite despachar lecciones sobre lo que se debe hacer para evitar el narcotráfico: “Hay que reducir marginalidad, crear trabajo, garantizar acceso a la educación, otorgar servicios básicos. Los resultados de la RC lo demuestran”. Siguen tres signos de admiración vociferantes.

Nomás eso faltaba. Marcela Holguín habla a nombre del gobierno cuya campaña electoral recibió fondos de las FARC, aliadas del narcotráfico, como revelan las pruebas halladas en la computadora de uno de sus dirigentes.

El gobierno que suprimió la base de Manta y mantuvo, durante años, un sainete en torno a unos radares chinos que tardaron en instalarse y nunca funcionaron. Parece que su concepto de soberanía se aplicaba para expulsar aviones gringos pero no avionetas de narcos mexicanos.

El gobierno que, en marzo de 2009, suprimió la Unidad de Investigaciones Especiales de la Policía y la sustituyó por un sistema de inteligencia dedicado a espiar (hay que ser profundamente estúpido) a Manuela Picq o Salvador Quishpe. “En poco tiempo estaremos como México”, dijo entonces su comandante, Manuel Silva. Su pronóstico se ha cumplido al pie de la letra.

El gobierno que, en febrero de 2014, recibió un informe (con nombres, cifras y mapas) sobre cómo las bandas armadas al servicio del cartel de Sinaloa se habían adueñado del norte de Esmeraldas y, ese mismo año, declaró como prioridad máxima de su política antidrogas la lucha contra... ¡el microtráfico!

El gobierno que suprimió, en diciembre de 2015, el organismo encargado del control de precursores químicos para la industria del narcotráfico (el Consep, que funcionaba como un reloj), lo sustituyó por una secretaría adscrita a la Presidencia y exoneró del control a los organismos y empresas públicas, incluida la megacorrupta Petroecuador, el mayor consumidor de precursores químicos del país. Durante el gobierno de Lenín Moreno, las capturas de cloruro de calcio, que sirve para elaborar cocaína y para desecar pozos petroleros, se incrementaron en un 600 por ciento.

El gobierno cuyo ministro de la Policía, José Serrano, andaba oficiando bodas millonarias de narcos venezolanos en Manta.

El gobierno al que se le encontró una donación (por error, se dijo, pero eso puede corresponder al hallazgo, no al envío) de 10 mil kaláshnikovs, incompatibles con el armamento del Ejército nacional pero muy apetecidos por la guerrilla colombiana, junto con las vituallas y alimentos provenientes de China cuando el terremoto de 2016.

El gobierno que exportó cocaína a Italia en valija diplomática.

El gobierno cuyo vicepresidente compartió abogado con los narcos; cuyo asambleísta estrella compartió piscina en Miami con los narcos; cuya directora nacional compartió palco en el estadio con un narco…

De ese gobierno dice Marcela Holguín que debe aprender este gobierno. Cabe suponer que la lección consiste no en cómo luchar contra los narcos sino en cómo pactar con ellos. Y por cuánto.