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Eckenner, ganador de las elecciones

Avatar del Roberto Aguilar

En el debate postelectoral prevalece la idea de que lo nuevo es necesariamente lo mejor. ¿Lo es?

¿Qué tienen en común Luisa González y Daniel Noboa? A Eckenner Recalde. Legislador expulsado de la Izquierda Democrática por diezmero y denunciado por Johanna Moreira, el Comité de Ética de la Asamblea pidió su destitución pero fue salvado por el correísmo, que acababa de reclutarlo. De nada valieron las pruebas, los incontrovertibles audios aportados por los integrantes de su equipo, a quienes Recalde obligaba a entregarle parte de su salario. El propio acusado no pudo sino reconocer que, efectivamente, cogió plata. Lo justificó diciendo que era para “hornados solidarios”: un meme, el tal Eckenner. Luisa González (otro meme) lo defendió con vehemencia. Hoy, él está de vuelta en la Asamblea pero no con el correísmo: con ADN, el movimiento político de Daniel Noboa, que convenientemente (muy en la línea de alguien que no confronta ni con los diezmeros) faltó a la sesión en la que se trató el caso Recalde . Su asambleísta alterna, Carolina León, votó a favor de la destitución.

La dicotomía correísmo/anticorreísmo, pontifican los encuestólogos y celebran los analistas, ha sido sustituida por la dicotomía vieja política/nueva política. Daniel Noboa, se supone, representa a la nueva política. De ahí su éxito electoral, especialmente entre el segmento mayoritario de los jóvenes, para quienes la dicotomía correísmo/anticorreísmo (así dicen encuestólogos y analistas) es un inservible rezago de la vieja política que hay que superar definitivamente. Esta superación es una gran noticia para Eckenner Recalde y tipos como él, que son legión, pues les permite transitar de lo viejo a lo nuevo con la misma facilidad con la que se lavan la cara. Y con idénticos resultados.

Aspectos positivos de la nueva política: ajenos a todo tipo de confrontación, sus representantes han adoptado (¡por fin!) el tono sereno y dialogante que tanta falta le hacía al debate público nacional, dominado por la crispación y la lucha sin cuartel, especialmente desde que Rafael Correa (hay que decirlo, a riesgo de ser tachado de anacrónico atrasapueblos) puso a los suyos en pie de guerra. Serenos y dialogantes son, por ejemplo, Jan Topic y Daniel Noboa. Es refrescante oírlos, dicen encuestólogos y analistas.

Que lo nuevo se imponga sobre lo viejo parece apenas natural y obvio. De ahí a celebrarlo ciegamente hay un abismo. En estos días postelectorales prevalece en el debate público la sensación de que lo nuevo es necesariamente lo mejor. ¿Lo es? Cuando Daniel Noboa ofrece poner las cárceles en medio del mar, ¿hemos de creerle porque es nuevo? La inseguridad, dice, es un problema que afecta a los que tienen carro; a los que van en buseta les afecta el desempleo. ¿Es la manera correcta, por ser nueva, de enfocar la guerra contra el narcotráfico, que no es un asunto de lobos y choneros sino de economía sucia y corrupción política? Estamos ante el nuevo populismo: sereno, dialogante, pero populismo. ¿Vamos a celebrarlo porque es nuevo?

Vale: superemos la dicotomía correísmo/anticorreísmo. Los correístas estarán encantados, lo vienen pidiendo desde hace años: que dejemos de hablar de ellos mientras se toman la Judicatura y los organismos de control para garantizar la impunidad de sus prófugos y presos. ¿Y la dicotomía democracia/autoritarismo? ¿También hay que superarla? Noboa parece haberlo hecho: no dice nada al respecto. Es la nueva política, que ofrece espacio para todos. Hasta para Eckenner Recalde.