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columna

Victimización o feminismo

"Lo que Encarnación Duchi pide para Atamaint, lo que pidieron Alejandra Vicuña, Fernanda Espinosa (...) es un trato especial por ser mujeres".

La asambleísta por Pachakútik Encarnación Duchi tiene una explicación sobre las razones del juicio político contra la presidenta del Consejo Nacional Electoral (CNE), su compañera de partido Diana Atamaint: “porque es una compañera mujer y es indígena”, dijo este martes ante los micrófonos de Teleamazonas. Y ya está: no se trata, pues, de que Atamaint se hiciera de la vista gorda ante los sospechosos caprichos del sistema informático usado para el conteo de votos, como sostienen sus acusadores; o que evaporara la consulta popular propuesta por los Yasunidos; o que dejara pasar las irregularidades en las seccionales de Los Ríos; o que le pareciera bien mantener a un personaje con antecedentes penales en la nómina del organismo a su cargo… No, nada de eso importa; lo sustancial aquí es el sexo y la etnia de la funcionaria.

Ese mismo martes, en la Corte Nacional de Justicia, continuaban las diligencias en el juicio que, por cobros indebidos e ingresos no declarados, se sigue contra la exvicepresidenta de la República Alejandra Vicuña. Y resulta que ella también, en su momento, esgrimió idéntica defensa para justificarse ante la opinión pública: “Me persiguen -dijo- porque soy mujer y soy de izquierda”. Casi exactamente las mismas palabras que pronunció la excanciller María Fernanda Espinosa cuando la Asamblea Nacional (por iniciativa de una mujer, Cristina Reyes, pero eso al parecer no cuenta) la llevó a juicio político. Soy mujer, eso lo explica todo.

Así las cosas, resulta que toda crítica, toda condena, todo proceso de fiscalización, todo altercado, incluso todo insulto que tenga a una mujer política como destinataria solo se puede explicar por una causa: el machismo. Y no hay tutía. Es la salida más fácil. El propio Pleno de la Asamblea reivindicó este argumento por unanimidad, el pasado 17 de junio, cuando crucificó al parlamentario andino Fausto Cobo por haber ejercido, sobre la correísta Marcela Holguín, una “violencia política que es instrumento de la dominación patriarcal”; por haber proferido “declaraciones sexistas y denigrantes” contra ella “por el simple hecho de ser mujer” (los entrecomillados corresponden a frases pronunciadas en esa sesión). ¿Qué le dijo? ¿La llamó zorra? ¿La mandó a encargarse de la cocina? No. Le dijo “imbécil”. Una grosería, sin duda. Impropia, de acuerdo. Que merecía, dada la investidura de ambos, un llamado de atención, hasta ahí. Pero ¿machismo? ¿Dominación patriarcal? ¿Sexismo? ¿Pedir la intervención del Consejo Nacional para la Igualdad de género, como se resolvió? ¿Invocar a Dolores Cacuango y a Manuela Sáenz, como hizo Soledad Buendía?

Flaco servicio a la causa feminista. Porque lo que el feminismo persiguió desde su origen es empoderar a las mujeres. Y eso pasa por una sociedad de mujeres independientes, seguras, capaces de interactuar y competir con los hombres en igualdad de condiciones. ¿No se dice que, para dedicarse a la política, hay que forrarse la piel de teflón? Pues a forrársela. Eso es igualdad. Eso es empoderamiento. Y si la mujer política en cuestión es criticada o insultada, teflón. Y si resulta ser una corrupta o una ineficiente, pues que asuma las consecuencias de sus actos. Lo que Encarnación Duchi pide para Atamaint, lo que pidieron a su turno Alejandra Vicuña, María Fernanda Espinosa y Marcela Holguín es un trato especial por ser mujeres. Quejicas que reivindican su derecho a victimizarse y ven machismo hasta en la sopa. Eso ni es feminista ni es democrático.