Premium

Caer parado es el juego

Avatar del Roberto Aguilar

¿En qué momento la defensa de la democracia se volvió una actividad vergonzante? 

Las fuerzas políticas que profesan doctrinas autoritarias y trabajan, de manera abierta y pública, para minar los fundamentos de la democracia, continúan avanzando en sus propósitos sin obstáculos aparentes. Los seguidores de Leonidas Iza, por ejemplo, que aplican el ideario del comunismo indoamericano y reivindican la violencia como mecanismo legítimo de cambio social; y los correístas, desde luego, que han proclamado sus intenciones de recuperar el poder para quedarse en él 30 años, controlar el aparato de justicia, ejecutar su proyecto de impunidad para sus corruptos prófugos y presos y llevar a cabo sus planes de venganza (hasta tienen una lista). Esas fuerzas políticas antidemocráticas ganaron las elecciones seccionales y ahora se encuentran conspirando descaradamente para tumbar al presidente de la República. Y lo que es peor: nadie parece estar ahí para detenerlos.

¿En qué momento la defensa de la democracia se convirtió en una actividad vergonzante para quienes la practican? Políticos afiliados a partidos teóricamente institucionalistas; periodistas jóvenes de ambos sexos bregando por consolidar el estrellato en el competitivo mundo de los noticieros de televisión o de las plataformas virtuales; analistas, líderes de un metro cuadrado de opinión, ‘outsiders’ de la política… Parecería que la prioridad de todos ellos es preservar la pureza de su imagen para no aparentar el menor trazo de lassismo. Que cuando todo esto se haya derrumbado mi figura quede en pie, parecen decir. En ese empeño, algunos de ellos ni siquiera han dudado en juntar sus voces al coro de los golpistas, como es el caso de la abrumadoramente poco perspicaz Yeseña Guamaní, depuesta de la vicepresidencia de la Asamblea por un golpe de mano de los correístas y hoy convertida en “ingeniosa aliada de sus sepultureros”, por usar la fórmula de Kundera.

Es lo que podríamos llamar el síndrome de Luis Verdesoto, no porque el exsecretario anticorrupción del Gobierno lo haya inventado sino porque lo ilustró mejor que nadie en su comparecencia de la semana pasada ante la comisión ocasional creada por el correísmo para falsificar un caso de responsabilidad política que pueda servir para tumbar al presidente. Intelectual honesto perdido en la política, Verdesoto incluso llegó a afirmar que cree en la honestidad del presidente de la República. Pero ante el espectáculo de conspiración que desarrollaban ante sus ojos un grupo de asambleístas que lo llenaron de elogios, él antepuso la vanidosa defensa de su informe (su intrascendente, trivial, olvidable colección de hipótesis presentada como informe) a la defensa de la democracia. Ni siquiera fue capaz de reaccionar ante la grosera manipulación de ese informe que sus interlocutores empezaron a desarrollar en su cara.

También Andersson Boscán, entre las ruinas de la democracia, podrá retar al mundo y decir que correísta no fue nunca. Hasta podrá hacer memoria de cuando viajó a Bélgica en compañía de su socio, a acosar en su propia casa al mismísimo expresidente prófugo en lo que se recordará como la misión periodística más pendeja de la historia de Occidente. El caso es que acaba de entregar en bandeja al correísmo los argumentos (forjados, forzados y no menos hipotéticos que los de Verdesoto, salvo que él los presenta como definitivos) para la demolición de la democracia. Como él, una legión de periodistas prefieren preservar una supuesta imagen de imparcialidad a jugárselas por los principios republicanos en contra de sus enemigos, y actúan como si no existieran diferencias evidentes entre el proyecto autoritario y cleptocrático del correísmo y un presidente que, por corrupto que sea (y eso aún está por verse), ha aceptado jugar con las reglas de los pesos y contrapesos de la institucionalidad democrática. Cuando todo esto haya terminado sus figuras quedarán en pie, cómo no. Para escupirlas.