Roberto Aguilar | Todes con el viejo verde

No se les cae la cara de vergüenza. En medio del espectáculo de su podredumbre moral, los correístas salen a dar lecciones
El espectáculo de su podredumbre moral no es nada nuevo, pero en esta ocasión resulta inapelable. Esta semana han caído al suelo sus caretas y ellos han sido puestos en evidencia como encubridores y cómplices de un acosador desvergonzado. Una vez más, por si aún quedaban despistados que abrigaran dudas al respecto, salieron a la luz los mecanismos por medio de los cuales disponen de los recursos públicos en su propio beneficio; sus relaciones sucias con mafias peligrosas que utilizan para intimidar y manipular personas; el control que sus máximos dirigentes, mediante los recursos de la intriga, la amenaza y el miedo, ejercen sobre cuerpos y voluntades; la estructura delincuencial con la que operan; la indigna compra de fidelidades que ejercitan… Y en medio de este escándalo, ante los ojos de un país convulsionado hasta la náusea por el espectáculo, a ellos ni siquiera se les cae la cara de vergüenza, como debería. Qué va. Ellos (y ellas) nomás apechugan y salen, bien producidos los gestos y las entonaciones, a representar un nuevo capítulo del simulacro eterno en que han convertido el ejercicio de la política. Un juego en el que los valores que pregonan con vehemencia y llenándose la boca con ellos son, por regla general, la cara exactamente opuesta de las conductas que practican.
Su última pieza de argumentación representa el estado superior del cinismo institucionalizado y es una muestra aberrante de retorcimiento intelectual y moral: ahora resulta que exigir aclaraciones sobre la relación laboral de Soledad Padilla con la Prefectura de Pichincha es revictimizar a una víctima de acoso. Tal cual. Está claro (y en esto el audio que originó el escándalo no deja lugar a dudas) que fue Glas quien gestionó con la Prefectura la contratación de Padilla para que trabajara para él por cuenta del contribuyente y así tenerla cerca. Un pedido de investigación presentado por Michael Aulestia en el seno del Concejo Municipal amenazaba con involucrar en el caso a la Contraloría pero fue bloqueado a tiempo por Pabel Muñoz, alcalde de Quito, fiel y obsecuente servidor de los líderes de quienes depende su sueldito y sus fueros. La víspera, al filo de la medianoche, en trámite ingresado a través de una ventanilla de la Prefectura que milagrosamente se abrió para él a esas horas, presentó Muñoz su propio pedido de investigación que tiene el mérito (invalorable a ojos correístas) de dejar los trapos sucios dentro de casa, es decir, en las mismas comisiones ‘ad hoc’ del Consejo Provincial. Con eso y dos palmos de jeta, ahora el alcalde de Quito se precia de ser él quien personalmente solicita la investigación del caso. Desvergonzado simulacro el suyo.
Y qué no decir de Paola Pabón, la prefecta, aquel indigno ser que obedeció cuando el macho alfa la mandó a callar en el debate sobre el aborto. Ha grabado un video en el que compone un lindísimo discurso en el que llama a todas, todos y todes a comprometerse en la lucha por erradicar la violencia de género de las organizaciones políticas. “Estoy comprometida”, dice, “y es hora de empezar desde casa”. Ella, que contrató a una mujer para ponerla en manos de su acosador, ahora trata de solucionar el problema con retórica. Y nada dice de la actitud despreciable de Jorge Glas, de la complicidad de su partido, del daño causado a la víctima, de su propia responsabilidad pública en el caso. Simplemente, se trepa en la camioneta de la defensa de valores que no practica y ejecuta, ella también, su simulacro. Hoy, más que nunca (lo cual no es decir poco) los correístas dan asco.