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Roberto Aguilar: Una ojeriza de telenovela

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¿Qué será capaz de dar a cambio de esos votos? Hay que estar preparados: aún el país no ha visto nada

¿Hasta qué extremo será capaz de llegar el inescrupuloso presidente de la República para sacar del camino a su vicepresidenta?

Ya la degradó al cargo de embajadora para mantenerla lejos y ocupada en la más descabellada de las misiones: conseguir la paz entre Israel y el grupo terrorista Hamas, que es algo así como obtener la cuadratura del círculo. Ya le quitó la oficina que le correspondía en Quito, el personal a su cargo, hasta el escritorio.

Ya se ensañó con su hijo, persiguiéndolo por presunto tráfico de influencias y enviándolo a la más inhumana prisión de este país de prisiones inhumanas, acaso con la vaga expectativa de verla regresar para despojarla de su cargo por abandono de funciones.

Ya ensayó mentiras groseras, descaradas, evidentes, pronunciadas con la pueril seguridad de quien se cree impune y la soltura de huesos del amoral incapaz de detenerse ante la línea roja de la calumnia: que la vicepresidenta es correísta, dijo esta criatura que acaba de descubrir el anticorreísmo como si del agua tibia se tratara, luego de engatusar al país entero con aquella babosada de que “el anti tiene un techo y el pro es infinito”. Correísta Verónica Abad, ¡ella!, una libertaria de manual, caricatura de una caricatura de Milei, que ya de por sí es una caricatura aparte.

Ya soñó en voz alta con una realidad paralela en la que no necesita encargar la presidencia para lanzarse de candidato a la reelección, dizque porque “estamos completando un período”. Uno se imagina a los tinterillos de Carondelet (o del grupo empresarial Noboa, que para este caso y cualquier otro son los mismos) buscando la figura jurídica adecuada para pasarse la Constitución por el forro.

Ya salió la canciller Gabriela Sommerfeld, una de sus figuras de paja favoritas, a lanzar el globo de ensayo del incumplimiento de funciones. ¿Por no haber logrado la paz entre Israel y Palestina? Debería, haciendo honor al retorcimiento inveterado del personal que nos ocupa, pero no: por desprestigiar al país con esas críticas tan duras al presidente, dice la canciller. Desprestigiar al país, se atreve a decir la ministra que se prestó al juego de invadir una embajada. Incumplimiento de funciones, como si hubiera una ley que impida al vicepresidente de la República expresar sus opiniones so pena de juicio político.

Con Verónica Abad, Daniel Noboa ha logrado lo imposible: hacer que una funcionaria desafortunada, tan impresentable que hasta Estados Unidos le quitó la visa (vaya uno a saber por qué), siga ejerciendo el papel de víctima por la sencilla razón de que ¡lo es! El desarrollo de esta telenovela de maltrato ostensible y venganza incomprensible (porque no ha terminado el presidente de explicarnos los motivos de su odio), de ensañamiento y acoso, de desesperación, finalmente, por reducir lo que ya empieza a parecer irreductible, encierra un interés especial para los ecuatorianos que no tiene que ver necesariamente con la víctima sino con el propio victimario: ¿hasta dónde puede llegar su falta de escrúpulos? ¿Cuáles son los límites de su amoralidad?

Incumplimiento de funciones, dicen ahora. El hombre que rompió con el correísmo (tan afín en su autoritarismo y su falta de vergüenza), acaso pensando que, una vez aprobados los proyectos de ley que le interesaban ya no le haría falta una mayoría en Asamblea, ahora acaba de descubrir su error: necesita votos para sacarse esta piedra del zapato llamada Verónica Abad, para enjuiciarla políticamente, censurarla y destituirla, y así no tener que entregarle el poder cuando se lance de candidato a la reelección. Es una urgencia que al parecer no calculó. ¿Qué será capaz de dar a cambio de esos votos? Hay que estar preparados: aún el país no ha visto nada.