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Roberto Aguilar: Sobre todo cuando duela...

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Al periodismo hay que exigirle que defienda principios: el principio de transparencia en el manejo de la cosa pública

El periodismo vive días de presión intolerable. Días de polarización electoral como no se habían vivido nunca antes en los que se exige que hasta los medios de comunicación hagan ostensible no ya una postura sino una militancia. Lo primero sería un reclamo legítimo; lo segundo está más complicado e implica una traición a la deontología del oficio.

Son días en los que de nada sirve la biografía de uno: se puede haber sufrido la persecución del correísmo, haber sido insultado y difamado en las sabatinas y hasta llevado ante los tribunales de la santa inquisición mediática que montaron esos entontecidos por el poder y por el dinero; puede uno haber perdido su trabajo en esos años, como resultado de un acoso gubernamental que convirtió a los medios en empresas ilegítimas que era muy difícil financiar; o haber escrito toneladas de artículos denunciando los atropellos del gobierno más ratero y autoritario que recuerde la República… Nada importa. En estos días, no faltará el troll noboísta o el simple fanático que, por ser demasiado joven o ignorante o por imbecilidad pura y simple, lo acusa a uno de correísta por el delito de cantar cuatro verdades sobre el gobierno de Daniel Noboa.

O no necesariamente fanáticos o trolls: ciudadanos de bien, preocupados por el posible regreso de los correístas al poder, reclaman al periodismo una actitud consecuente con la campaña del Gobierno, como si la consecuencia con una u otra campaña tuviera algo que ver con este oficio. Demandan, básicamente, nuestro silencio. Y que si el Gobierno pretende entregar el campo petrolero más grande del país a una operadora trucha mediante un acuerdo tejido en las sombras y con un sistema de participación más que sospechoso, el periodismo no diga nada; que si el hermano del presidente aparece vinculado en el mismo delito (tráfico de combustibles) del que el presidente acusa al alcalde correísta de Guayaquil, el periodismo no diga nada; que si el presidente se sirve de los recursos del Estado para ejercer presión sobre su exesposa en un problema estrictamente personal, el periodismo no diga nada. Piensan que hablar de esas cosas es hacerle el juego al correísmo. Tristemente, hay periodistas que están en la misma línea y piensan que la etiqueta de periodismo-de-opinión les faculta para ejercer su oficio haciendo cálculos electorales.

Al periodismo hay que exigirle que defienda principios: el principio de transparencia en el manejo de la cosa pública; el principio de igualdad ante la ley; la causa de la libertad… En fin, los valores republicanos. Principios, no candidaturas, sobre todo cuando ninguna de estas candidaturas parece comprometida con la permanencia de esos principios. Al fin y al cabo, es la defensa de esos principios y valores la que llevó a lo mejor del periodismo ecuatoriano a cerrar filas contra el correísmo. ¿Cómo podría mirar para otro lado cuando esos mismos principios y valores son pisoteados bajo la coartada del anticorreísmo? Y que nadie entienda esto como una invitación a anular el voto ni mucho menos. Es, simplemente, la reivindicación de nuestro deber y nuestro derecho de informarnos, de decir la verdad aunque duela (de decir la verdad sobre todo cuando duela), de votar informados, sabiendo por quién y con plena consciencia de las consecuencias de nuestra decisión. Porque votar por un candidato para impedir el ascenso del otro puede estar muy bien. Hacerlo a ciegas es un suicidio. Callar sus excesos por cálculo electoral, un crimen.