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Roberto Aguilar: Declarar la guerra y no asomar

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El caso de Daniel Noboa debe ser uno de los poquísimos en la historia, si no el único, de un presidente que declara la guerra 

Martes, 9 de enero. Al término de la jornada de explosiones, incursiones armadas, secuestros, balaceras y asesinatos; sacudidos aún por el impacto del espectáculo de horror en vivo y en directo que acababa de ofrecer la pantalla de TC Televisión; habiendo atravesado el caos urbano de trancones y sobresaltos producido por centenares de miles de habitantes aterrorizados que abandonaban el lugar en que estuvieran y corrían en busca de refugio, la noticia de que el Ecuador acababa de declararse en situación de “conflicto armado no internacional” nos esperaba en casa: estábamos, literalmente, en pie de guerra. ¿Puede haber pesadilla mayor que esa? Entre las predecibles y justificadas declaraciones de cajón, más o menos líricas, más o menos sentidas, más o menos patrioteras de que “debemos apoyar a nuestro comandante en jefe”, la más evidente de las preguntas fue tomando fuerza poco a poco hasta imponerse en la conciencia de todos: hay que apoyarlo, claro, ¿quién dice que no?, pero… ¿Dónde está?

Debe ser uno de los poquísimos casos en la historia del mundo, si es que no el único, de un presidente de la República que declara la guerra y no da la cara. ¿No tuvo nada que decir Daniel Noboa a la población asustada en ese día de terror? ¿Una palabra de tranquilidad, un mensaje de aliento? ¿No? ¿Ni siquiera alguna indicación logística? ¿Tampoco? Cosas como “el abastecimiento está garantizado, no es necesario que abarrote los supermercados”. O bien: “mantenga a los niños dentro de casa”. O quizá: “asista a su trabajo con normalidad”. O “mañana no hay clases”. ¿Nada? ¿En serio, nada? Solo un alto militar (el jefe del Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas, Jaime Vela), vestido de camuflaje, marcial y solemne, se dirigió a la ciudadanía como quien arengara a sus tropas desde el patio de Carondelet en las primeras horas de la noche: “El presente y futuro de la patria están en juego”, “Estamos actuando con firmeza y contundencia”, “Esta lucha dará sus triunfos con el apoyo de cada uno de ustedes”, despachó martillando cada sílaba. A su derecha y su izquierda, las esperpénticas y mudas figuras de los ministros de Defensa, Giancarlo Loffredo, y del Interior, Mónica Palencia, acentuaban en lugar de atenuar nuestro sentimiento de abandono. Diríase que a Loffredo solo le faltaba llevar en la cabeza la funda de papel por la que se lo conoce. Parece que, a esa hora, la estaba usando el presidente.

Recién al día siguiente, a media mañana (ya para entonces los ciudadanos habían solucionado sus dudas y temores como mejor pudieron) apareció el comandante en jefe en el lugar menos esperado: radio Canela, junto al exalcalde de Quito Jorge Yunda. Uno de esos programas que le gustan porque son populacheros y nadie le hace preguntas incómodas, al contrario: son los espacios perfectos para hacer alarde (y esto es tristemente literal) del tamaño de sus huevos. Tampoco en esta ocasión tuvo nada que decir que revelara su empatía con los temores ciudadanos. Toda su entrevista fue una sucesión de alardes de gallito despachados con lenguaje de pollito. Y para demostrar que tiene muy claro quién es el enemigo, pidió que se investigue a Teleamazonas por el crimen de haber cubierto en directo la crisis de TC Televisión. Difícil pinta esta guerra: toca cruzar los dedos para que el comandante en jefe, al que todos apoyamos, ¿quién dice que no?, se mantenga callado. Y solucionar nuestro día a día como mejor se pueda.