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Ricardo Arques: Canto a la libertad y los sueños

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Atribuyen la desgracia que les condena al descuido en la educación, a la pérdida de valores y a la incapacidad de los gobernantes

Probablemente nadie muere cuando marca su acta de defunción sino cuando deja de fabricar sueños. Hay vivos que pasan la vida muertos, y muertos que han estado plenamente vivos hasta la misma víspera de su muerte. 

Esta violencia del infierno nos está dejando muchas pautas sobre la vida y la muerte, pero es posible que el hábito de mirar a las estadísticas que la reflejan, y al orden policial que la combate, esté anulando la sensibilidad de interpretar otros indicadores letales sobre los daños y perjuicios que causa la criminalidad que nos castiga. 

Un grupo de jubilados, adultos mayores según la nomenclatura apropiada ahora, ha dicho en un reportaje publicado por EXPRESO algo terrible: que el miedo no les deja vivir su etapa dorada; que la inseguridad en las calles ha frustrado los sueños que fueron tejiendo día a día en el almacén de su imaginario. 

Son guayaquileños, exprofesionales de distinto rango, la generación enganchada al eslabón más débil de la cadena. Hay que ponerse en su lugar para comprender tanto desaliento: toda la vida trabajando, toda la vida soñando para terminar en el terreno de la nada, el lugar donde habitan el miedo y la incertidumbre. 

Atribuyen la desgracia que les condena al descuido en la educación, a la pérdida de valores y a la incapacidad de los gobernantes, impunes, que relajaron la obligación de aplicar mano dura contra la delincuencia que ha ido socavando el bien común. Su acierto o error en el diagnostico es irrelevante. 

Lo fundamental es que a estos mayores nuestros, a nosotros mismos, nos están amputando los sueños. Un Código Penal justo sumaría a las penas máximas otra de mayor escala por esta realidad canalla. Es un buen momento para reflexionar sobre qué somos, qué nos aguarda y qué deberíamos cambiar; para pensar sobre nosotros mismos y el país donde queremos vivir. 

Hay un pasaje en la obra de Cervantes donde Alonso Quijano, Don Quijote, explica a su fiel escudero Sancho que la libertad es el valor supremo del hombre. Magnífica lección por su enseñanza. Nada más digno, nada más grande que la libertad ahora arrebatada. La libertad de elegir, de planificar nuestro futuro muestra caminos para cambiar las cosas. 

Es la vía para desterrar a los ineptos inescrupulosos que nos han traído hasta este destino. Este tendría que ser nuestro referente principal para salir juntos del atolladero, sin colores, sin rencores. Bastaría con saber que sin libertad no pueden fabricarse los sueños, esos que determinan cuándo estamos vivos y cuando muertos.