Columnas

Las fotos que no están

Parece que después de todo algunos sí ponemos en el álbum las fotos de los malos momentos

Hoy mientras corría, escuchaba un podcast sobre ultramaratones, y la discusión giraba alrededor de lo difíciles que son esas carreras de 160 km o más: son arduas al punto del absurdo; y lo desquiciado (o lo maravilloso) de ello es que son diseñadas así. Y hablaban de todo lo que nos puede pasar cuando corremos alrededor de 30 horas hasta llegar a la meta; pero se centraban en que en las fotos que subimos a redes sociales al cruzar esa meta, siempre estamos sonriendo, felices, como si nada hubiese pasado después de correr por más de un día entero. No hay fotos de las derrotas, de las veces que nos tumbamos a vomitar, de las rodillas ensangrentadas por las caídas, de las ocasiones en que el malhumor se apodera de nosotros, de las lágrimas, de las ampollas y de la frustración cuando decidimos retirarnos de la competencia.

Alguna vez leí que nadie pone en el álbum de fotos los momentos malos. Y algo de verdad hay en ello. Pero de allí a lo que hoy vivimos en RR. SS. hay un abismo de diferencia.

La mayoría de fotos que se suben a RR. SS. están editadas para que representen algo mejor que la realidad y muestren una vida más interesante. Esto nos obliga a contribuir a un ciclo de permanente comparación: tomar, editar y compartir la foto perfecta; y luego analizar las de los demás, esperando los “me gusta” de ellos para validar esa vida etérea con la que nos presentamos. Sobre este tema escribí hace algún tiempo que las redes han dejado de ser un lugar para “estar” y se han convertido en un lugar para “ser”, donde la representación del cuerpo reemplaza al propio cuerpo. Lo que permite a quien no le gusta la manera en la que el mundo lo ve fuera de RR. SS., controlar su forma de ser representado en ese foro digital. La distinción entre lo real y lo falso se ha evaporado. Los filtros que se usan hoy pueden cambiar la fisonomía de una persona para conseguir la perfección y la belleza instantánea; y las posibilidades que brindan son tan extremas que el argumento aquel de que el maquillaje usual es lo mismo, es completamente falso. Más allá de la competencia virtual por la cara o el cuerpo perfecto, la moda ha invadido lo real y cotidiano. En el 2018 hubo un incremento de casi 10 % de cirujanos que recibían pacientes queriendo mejorar su apariencia para ‘selfies’.

Tan importante es el tema que ya hay países que prohíben a los influencers y a las marcas, publicar imágenes retocadas sin avisar expresamente del particular. La fotografía, en buena parte, ha dejado de ser un medio para capturar el momento y (con la ayuda de la tecnología y el afán por el “rostro de Instagram”) se ha convertido en la representación de lo ideal; y -por definición- de lo inalcanzable.

Tengo en mi cuenta de Instagram una foto a la que le guardo especial cariño precisamente por todo lo dicho. Tomada instantes después de retirarme la segunda vez que corrí la ultra de las 100 Millas de Los Cayos de Florida (2019). Captura uno de esos malos momentos: luego de correr 13 horas, un golpe me impidió seguir después del km 80... Y allí estoy, tumbado en un estacionamiento con los pies subidos en una baranda, con una cáscara de banano en la mano y sin poder moverme (eso sí, con filtro para que la luz se vea mejor, aunque yo no podía estar peor). Parece que después de todo algunos sí ponemos en el álbum las fotos de los malos momentos.