Rafael Oyarte | En transición permanente

Si lo hace bien, la elección de 2025 se le dará por añadidura, sin buscarla. Si no, ya hay varios en la fila, como de costumbre
Cuando Ecuador se separó de Colombia no lo hizo con carácter irreversible, sino para establecerla como República confederada, junto con Nueva Granada y Venezuela, como establecía la Constitución de 1830. Esa confederación no vio la luz y la secesión se hizo definitiva en la Carta de 1835. Rumbo al bicentenario, la transición no ha concluido, lo que se refleja en las 20 constituciones que nos han pretendido regir. Por ello cada cierto tiempo se habla de consultas y referendos para reformar la Constitución o retornar a una anterior, cosa nada novedosa pues se practicó con harta frecuencia en el siglo pasado: en 1935, el jefe supremo Federico Páez terminó con la vigencia de la Constitución de 1929 y puso en vigor la de 1906, la que mantuvo el Gral. Enríquez Gallo, al encargarse del Mando Supremo en 1937. La Constitución de 1946 mantuvo su vigor hasta su remplazo por la de 1967, pero esta duró muy poco: al declararse dictador, Velasco Ibarra retoma la de 1946, quien la hizo regir “en todo lo que no se oponga a los fines de la transformación política”, como antes lo hizo la Junta del 63. Lo mismo hizo en 1972 el Gral. Rodríguez Lara con la Carta de 1945, al igual que el Consejo de Gobierno en 1976. Hacer constituciones, reformarlas una y otra vez, volviendo al pasado, sin saber siquiera que se lo está haciendo, o retomar constituciones pretéritas es parte de nuestra historia. Modificar las normas con conocimiento de causa, sin adivinanzas y sin tratar al país como un tubo de ensayo es cosa distinta. Respetarlas, eso sí sería algo realmente novedoso.
El jueves se posesionará Daniel Noboa con el fin de concluir el período de Guillermo Lasso, hasta el 24 de mayo de 2025. Por ello se escuchan voces que lo llaman a ser un presidente de transición. Si leemos nuestra historia, hay varios de esos, sin incluir a vicepresidentes que subrogaron al titular, como lo fue el muy capaz Gustavo Noboa y el casi inadvertido Alfredo Palacio. Viendo hacia atrás: Fabián Alarcón, Otto Arosemena, Clemente Yerovi, Mariano Suárez, Julio Moreno, Andrés F. Córdova, Manuel Borrero y un muy largo etcétera. El presidente Noboa debe ser eso: un jefe de Estado consciente de que debe ejercer el poder del mejor modo, donde el tiempo no está a su favor frente a apremiantes necesidades. Ni interino, ni presidente-candidato. Si lo hace bien, la elección de 2025 se le dará por añadidura, sin buscarla. Si no, ya hay varios en la fila, como de costumbre.