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Rafael Oyarte | Instituciones en debacle

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Algún día, con beneplácito ciudadano, vendrá uno que se saltará todas las reglas y lo limpiará a su antojo

El 2026 concluye con una ruina institucional producto de la erosión causada por pésimos nombramientos. Es que Ecuador, en la letra de su Constitución, tiene unas instituciones muy lindas: un Consejo de Participación Ciudadana (Cpccs) por el que, dizque, deben ser nombrados los más aptos y capaces a través de concursos y sistemas de designación transparentes, en que los políticos no metan mano. Lo mismo con un Consejo de la Judicatura (CJ), con igual fin respecto de la designación de jueces, a los que se les controla administrativamente, para que la justicia se imparta por jueces competentes (que sepan lo que hacen), independientes (que no reciban órdenes) e imparciales (que decidan según sean hechos probados, aplicando e interpretando lealmente el derecho). Lo propio podemos decir del resto de órganos constitucionales. Pero el problema no es ‘escribirlos’ en una Carta Primera, sino que se tenga la gente adecuada para cumplir con la función; de lo contrario, nos quedamos con un maravilloso edificio vacío.

Lo del CJ hace harto rato pasó el nivel de lo impresentable y, llamativamente, desde sus presidentes, los que son nombrados de la terna que presenta el presidente de la Corte Nacional de Justicia. La ‘idea’ era que, si el presidente del CJ proviene de la Función Judicial, dicho vocal debía ser la imagen de ese poder del Estado: conocedor, recto, reconocido, etc., y no alguien sacado de debajo de una piedra, que lo que más demuestre es arbitrariedad, tráfico de influencias, actuaciones inconfesables y otros similares. Que miembros del CJ y del Cpccs sean enjuiciados y condenados por cometer delitos en el ejercicio de ese cargo, función que usan para incurrir en esas infracciones, demuestra que el país está podrido. Y la podredumbre es tal que, por una parte, no hay que escarbar mucho para que salga pus, que es tanta y en tanto lado, que no permite tratar todos los casos, lo que es el caramelo para la corrupción: atrapas a uno, pero hay cien más que siguen en sus trafasías, en la confianza de que nada les pasará, en especial en cuestiones de ‘poca monta’.

Acá se mata por pocos dólares y son tantos los casos que condenas hay pocas, con hechos de sangre que nunca se esclarecerán. Lo mismo pasa con los actos de corrupción. Como el país es el paraíso del delito, algún día, con beneplácito ciudadano, vendrá uno que se saltará todas las reglas y lo limpiará a su antojo, con incontables colaterales, y con el riesgo de que ese ‘héroe’ sea el futuro autoritario.