Premium

Mercados eficientes

Avatar del Paúl Palacios

En lugar de fijar precios, promueva la difusión de información de los competidores, reduzca las trabas para producir más y reprima a los tramposos

En la columna anterior, respecto de la fijación de precios, mencionamos que aun en mercados ineficientes la fijación de precios es destructiva para el productor y para el consumidor.

Partamos del axioma de que los mercados perfectos no existen fuera de los libros de economía, y que la máxima posibilidad a la que podemos aspirar es que, en el mercado, lugar físico o virtual donde confluyen todos los compradores y vendedores, exista abundante información sobre los precios a los que se transan los bienes. Cuantos más participantes, productores y consumidores existan, mucho mejor, pues nadie en particular tendrá la posibilidad de fijar un precio, sin que otro participante pueda mejorarlo.

En los mercados eficientes, el precio de un producto es consecuencia del costo de producirlo, y si la ganancia es muy buena para quien lo produce, se supone que pronto tendrá un competidor nuevo que quiera esa ganancia, y así se reduce. Ese es el principio, pero la competencia se topa con barreras de entrada, muchas de ellas impuestas tontamente por el Estado que, aunque nos parezca extraño, es quien boicotea la competencia, muchas veces trabajando oficialmente para un competidor en particular. Entonces, si como país queremos lograr mercados eficientes, promovamos la información para los consumidores, promovamos la concurrencia de más productores y reprimamos los acuerdos entre los productores para fijar precios o repartirse el mercado.

Es aventurado en 2.100 caracteres tratar algo denso como la eficiencia de los mercados, pero la esencia es esa: mayor competencia, menos barreras de entrada, mayor información. A algunos no les gustará el funcionamiento impersonal e insensible de los mercados, pero vale la pena recordarles que esos mercados no son sino la expresión tangible del deseo de todos, pues todos confluyen a ellos a intercambiar lo que tienen por lo que quieren.

Como diría Thomas Sowell: muchos intelectuales tienen sueños que no encajan con el mundo real, y por eso concluyen que el mundo real está equivocado, aunque la historia de la civilización les muestre una y otra vez la realidad.