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Paúl E. Palacios | El momento

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El retiro de un político es más íngrimo que la soledad del poder

Hace unos años un político calificó a otro como ‘cadáver insepulto’, y esa frase me viene a veces a la memoria para entender los momentos de nuestras vidas.

En algún instante, difícil de determinar, las personas tenemos que hacernos a un lado, permitiendo que el tráfico nos adelante y no causemos congestionamientos, y en ciertas oportunidades dolor. Hay momentos en que los forjadores de empresas, grandes o menores, tienen que ceder el espacio de conducción a quien lo merezca; hijos, si lo desean y son competentes, o gerentes profesionales. Desde luego, acertar el momento sin acertar al sucesor es como recibir la maldición de la gitana socialista: tener un hijo bruto con iniciativa. En ese caso es preferible morir de viejo sobre el escritorio.

El momento del ‘hasta aquí’, es un contrasentido con la naturaleza humana, que siempre está buscando no abandonar el poder, y aferrándose al pensamiento de ‘esta empresa la formé yo, y yo sé cómo se maneja’ o al más famoso y quizá cierto: ‘este movimiento político lo inicié yo y sin mí nadie tendría un voto’. Quizá este último abandono es el más complicado, porque el retiro de un político es más íngrimo que la soledad del poder. Al empresario quizá le quede el espacio de algún lugar que no conoció, del viaje que siempre quiso, pero no tuvo tiempo por estar metido en su sueño empresarial; del amor de los nietos y los halagos de las nueras que disfrutan las privaciones de su esposa, que no tuvo los lujos porque entonces la empresa que forjaba no los podía pagar. Pero el político, en medio del adulo del pequeño Satanás que busca un espacio en la lista del próximo proceso electoral y de la cada vez más desteñida alfombra roja, no alcanza a darse cuenta de que su tiempo se acabó.

Todos tenemos un momento, reconocerlo requiere sabiduría y generosidad, esa generosidad para privarnos del hastío insalubre que nos provocan cuando piensan que a partir de un momento la política se les vuelve un ajuste de cuentas nada más. Ese malsano rencor con el mundo de quien sabe que ya está casi ciego de votos, pero al adversario hay que dejarlo al menos tuerto.