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Derechos individuales universales

Avatar del Nelly de Jaramillo

La diversidad cultural de pueblos, naciones, países, regiones, estados, etnias, comunidades, sobre todo si se basan en credos o religiones y el fanatismo que puedan inspirar, cuando no en diversidades groseras como son los simples atributos físicos de las razas, resiste o se rebela contra el principio universal de que todos los seres humanos somos iguales en derechos. Ello implica el respeto de las libertades básicas de la convivencia: libertad de consciencia y de culto o religión, presuponiendo la obligación implícita de respetar las creencias religiosas ajenas, incluido el agnosticismo, esto es, la carencia de creencia religiosa alguna. De ahí que haya mucha tela que cortar respecto de la nota que bajo el título “La educación sentimental de Malala en Pakistán” publicara este mismo diario en junio, respecto de la manera en que los musulmanes pakistaníes, para quienes el matrimonio concertado por familias es la norma y el 21% de las mujeres son casadas antes de los 18 años, había calificado como un ataque contra la cultura pakistaní y el islam las afirmaciones de la activista Malala Yousafzai, Premio Nobel de la Paz 2014, quien en entrevista con la revista Vogue había expresado que no entiende por qué la gente tiene que casarse cuando puede convivir en pareja sin necesidad de formalizar la unión. Y que incluso hubo quien lamentó que el talibán que disparó contra ella en 2015 cuando defendía el derecho a educación de las niñas, no haya tenido mejor puntería. Pero el asunto es que Malala, joven activista de 23 años, es licenciada en Filosofía Política y Económica por la Universidad de Oxford y ha vivido en Occidente, teniendo apenas 16 años cuando le dieron el Nobel de la Paz. Su cultura y educación es muy distinta a la bastante primitiva de su país y etnia de origen. Si eso no importara sería inútil la esperanza de los jóvenes por educarse en países de más avanzada cultura para que sus ejecutorias y frutos sirvan a propósitos más valiosos y trascendentes. Desde luego, una buena educación supone una adecuada alimentación, general, “de rebaño”, como nos enseñó la pandemia de COVID-19. Combatir el hambre extrema en el mundo es la madre de todas las batallas. Pero todo tiene que hacerse al mismo tiempo.