Largas, cortas y en suspenso

Avatar del Mónica Cassanello

'Siempre se impone el valor de la existencia'.

Nadie sabe cuál será la duración de su existencia. Algunas vidas son muy largas. Como las de los sobrevivientes del Holocausto, que con más de nueve décadas aún están en el planeta para contar los horrores que soportaron en los campos de concentración nazis. 

Otras son cortas, pero brillantes e intensas, como la de Kobe Bryant, que ha muerto inesperadamente al caer su helicóptero.

Unos sobreviven de manera inexplicable. Y no siempre son los más fuertes físicamente, como el caso de Edith y Lea Friedman, dos judías eslovacas que formaron parte del que sería el grupo de los primeros huéspedes de Auschwitz: 999 adolescentes que llegaron al campo voluntariamente, tras haber sido engañadas con la propuesta de que trabajarían por 3 meses. Sufrieron atrocidades: tenían que “cavar carreteras con las manos y derrumbar muros. Chicas que no llegaban a pesar cincuenta kilos, contra muros de toneladas. 

Cuando finalmente lo conseguían, la primera línea de chicas quedaba aplastada. Si una compañera quería ayudarles, un pastor alemán atacaba”. Hoy narran su historia -ambas nonagenarias- a través del libro de Heather Dune Macadam, Las 999 mujeres de Auschwitz. Desde el horror descubrieron el valor de la vida.

Bryant en su paso más fugaz, pues solo vivió 41 años, también contó su historia. En su cortometraje premiado con un Óscar describe su motivación para existir: la pasión por el básquetbol, que lo llevó a sentirse realmente vivo.

Algunas vidas quedan en suspenso, a veces por días, semanas… Como las de los australianos ante los incendios que los asechaban. Como las de los millones de habitantes en las ciudades chinas aisladas por el coronavirus. A ellos la incertidumbre les ha develado el valor de la vida, de lo cotidiano, del “hasta mañana”. Cuentan sus historias en las redes…

Martirios de larga duración. 

Tragedias imprevistas. Epidemias súbitas. Siempre se impone el valor de la existencia. Que la de cada uno sea realmente vivida, tan plenamente que, sean cuales sean las circunstancias que nos toque experimentar, valga la pena ser contada.