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Ecuador, país de inconsistencias

Es que la falta de cultura e institucionalidad en lo político es terreno fértil para el populismo

El científico alemán Alexander von Humboldt, hace 221 años, sobre los ecuatorianos manifestaba: “Los ecuatorianos son seres raros y únicos: duermen tranquilos en medio de crujientes volcanes, viven pobres en medio de incomparables riquezas y se alegran con música triste”. El calificativo “raros”, resultó benévolo ante las consecuencias que dicha actitud nos ha acarreado en lo social, político y económico a lo largo de la vida republicana.

Haciendo un símil con aquello que manifestaba Humboldt, de alegrarnos con música triste, podríamos ser considerados en lo político electoral como un pueblo masoquista. El masoquismo consiste en un dolor autoprovocado o causado por un tercero. En el masoquismo emocional, el dolor y el sufrimiento se combinan con elementos autodestructivos y autodenigrantes.

Es que la falta de cultura e institucionalidad en lo político es terreno fértil para el populismo, que lo ofrece todo y luego no cumple nada, cayendo así en el masoquismo político.

Resulta paradójico que el pueblo continúe con la misma actitud de dar su voto al que le cuenta historias ofreciendo bienestar, y que en su mesa siga teniendo solo cuentos para comer. Después de 221 años de dicha constante, ya no podríamos denominar rareza a dicha actitud de ciertos ecuatorianos, sino estupidez y falta de madurez política.

Pareciera que ‘disfrutáramos’ sufrir bajo cualquier circunstancia, dependiendo del momento, la forma, la razón y la finalidad del asunto. Solo así podríamos entender, no justificar, aquellas inconsistencias, de indignarse por las acciones de un déspota pero seguir eligiéndolo; de quejarse por la inseguridad, pero desechar aquello que la combata; de quejarnos de la corrupción y mantener como primera fuerza política al movimiento cuya cúpula posee más enjuiciados por corrupción que nadie en la historia y algunos hasta reelectos, pese a que esos mismos fueron quienes apoyaron el vandalismo disfrazado de protesta social que destrozó la capital.

Gracias a este cúmulo de inconsistencias, Humboldt en estos días diría que somos un pueblo pendejo y sufridor, digno de nuestra suerte.