Crimen sin castigo

Avatar del Modesto Apolo

Son los mismos de siempre, aquellos “mal paridos”, que desde el poder disfrutan del crimen sin castigo.

Salvo ciertas excepciones que confirman la regla, pareciera que algunos políticos hubiesen superado la lucha interna entre la culpa y el castigo, gracias a que este último es casi inexistente, en cuanto se refiere a la incautación y/o la recuperación de los dineros robados por los últimos gobiernos.

Políticos que se llenan la boca y los bolsillos diciendo ser del pueblo, ser su voz, cuando en realidad les importa un bledo el sufrimiento humano, gracias a la distorsión del concepto del mal, subjetivándolo, justificándolo con conceptos ambivalentes con los que confunden al hombre sencillo, distrayéndolo, timándolo, haciendo a la población más pobre con baratillo de ofertas. Así lo demuestra la avalancha de promesas y raterías de las que la sociedad ecuatoriana ha sido víctima por parte de los gobiernos cobijados e identificadas sus tiendas por números como la 35, “de la década ganada”, protegiendo a sus copartícipes resentidos, camuflados en la 5; asociados con la 10, “la de los pobres”.  Solo así podremos entender esta avalancha de pillerías e indolencias a todo nivel dentro de las instituciones del Estado, que todo lo ocultan con frases llenas de cinismo como “que el que más tiene más pague”, cuando, por lo robado, son ellos los únicos que en verdad tienen, nada devuelven y nada pagan, gracias a la incapacidad sospechosa para recuperar dichos fondos.

Si en verdad existiera justicia, ya se habría recuperado los setenta mil millones de dólares robados durante el gobierno de Correa, prorrogado y disfrazado el latrocinio en el de Moreno; con lo cual no habría sido necesaria tanta metida de mano al bolsillo de los ecuatorianos, con leyes económico-urgentes para salvar la burocracia, proteger los dineros robados, pasando la factura al pueblo.

La corrupción e impunidad en época del coronavirus adquieren también la categoría de pandemia en el Ecuador; los crímenes sin castigo, la indolencia de ver en el dolor, el hambre y la muerte la oportunidad de negociados, nos asquean. Son los mismos de siempre, aquellos “mal paridos”, que desde el poder disfrutan del crimen sin castigo.