Columnas

Estado paternalista o de bienestar

El país viene clamando un cambio radical que solo es viable cuando se sustenta en sólidas convicciones y principios. Con base en ideales definidos es factible mejorar las condiciones de vida de todos’.

Un Estado en su más exigente rol en una democracia regula las relaciones interpersonales y con las instituciones, siendo deber de quienes gobiernan facilitar la vida de sus asociados, proveerlos del mayor bienestar posible, creando condiciones adecuadas para hacer realidad esos propósitos.

Esas finalidades estatales son distorsionadas por gobiernos que utilizan recursos que aportan los ciudadanos, entregando demagógicamente dádivas, que lejos de favorecer un mayor crecimiento individual y colectivo, afectan al conjunto de la sociedad. Son medidas aparentemente populares, pero en el fondo son antipopulares; a cambio se aumentan impuestos y sube el costo de vida, multiplicando angustias y necesidades que conspiran contra el bienestar personal y familiar. Un antiguo dicho nos enseña: “los sueldos suben por las escaleras y los precios por el ascensor”. Generalmente los costos se trasladan al consumidor final, que paga “la generosidad” de los derrochadores de ingresos fiscales.

El país viene clamando un cambio radical que solo es viable cuando se sustenta en sólidas convicciones y principios. Con base en ideales definidos es factible mejorar las condiciones de vida de todos, dar al ciudadano más seguridad para una vida en paz y tranquila, proveerlo de atención y cuidado en su salud, proporcionarle una buena educación, que forzosamente debe comenzar por el cultivo de valores; dotarlo de servicios básicos: luz, agua, alcantarillados, comunicaciones, eficientes y a costos accesibles; de vías para movilizarse, una administración de justicia que proteja derechos y no aquella que trafica con corruptelas y garantiza impunidad a delincuentes de baja y alta gama; organismos de control ajenos al soborno, la politiquería.

Una democracia se fortalece a base de diálogos y acuerdos mínimos sobre gobernabilidad y objetivos nacionales, procurando unidad en la diversidad y una vida digna, libre de corrupción. Un buen gobernante no gobierna con amigos y para sus partidarios, busca a los más capaces y honestos, prioriza el interés nacional. Tanto un Estado paternalista como un totalitario son nefastos.