Columnas

Crisis de seguridad

Hay que rescatar a la Policía como institución fundamental de un Estado democrático, al ser la encargada de mantener el orden público y proteger la seguridad de las personas’.

El Ecuador vive sus peores momentos de inseguridad de las últimas décadas. La violencia y delincuencia se han apoderado de calles y sitios del país, no existe tranquilidad, estamos a expensas de malhechores, con el agravante de que quienes tienen a su cargo la seguridad están penetrados por el narcotráfico y el crimen organizado, a lo que se une una galopante corrupción que está descomponiendo moralmente y corroyendo a la administración pública y a la sociedad.

El último femicidio cometido por un oficial instructor de la Escuela de Policía donde se forman sus nuevos miembros, ha causado estupor y conmocionado al país, que observa que quienes tienen el deber legal y ético de proteger derechos, libertades y garantías de las personas, son capaces de cometer espeluznantes delitos con premeditación y alevosía, abusando de la fuerza, contando con la complicidad o encubrimiento de quienes estando cerca del execrable suceso no hicieron nada por impedirlo y más bien contribuyeron a que el autor oculte el cuerpo del delito y escape para lograr su impunidad. Lo que es indiscutible es que el edificio donde se cometió el crimen no es el culpable.

La Policía Nacional vive un oscuro momento. La vinculación de miembros con el atraco a los fondos del ISSPOL, su falta de control en las cárceles, la actitud extorsionadora de agentes de tránsito en carreteras, dejan en mal predicamento a la institución que debería ser ejemplo de rectitud. Aquello demanda una real depuración institucional, expulsando a integrantes de alto, mediano y bajo rango vinculados a la corrupción, que limpie el nombre y el uniforme injustamente salpicado de aquellos que obran correctamente, afectados por la desviada actitud de los que utilizan inmoralmente su condición de agentes de la Policía. Esa depuración debe ser confiada a una comisión externa, pues por el espíritu de cuerpo y leyes que los protegen, es difícil que se la haga desde el interior de la entidad.

Hay que rescatar a la Policía como institución fundamental de un Estado democrático, al ser la encargada de mantener el orden público y proteger la seguridad de las personas.