Mauricio Velandia | Una sonrisa que dice más que mil discursos

Una sonrisa que dice más que mil discursos
Un neoyorquino camina por la Segunda avenida. Es septiembre, con el caos habitual de taxis amarillos y peatones que corren sin mirar. Pasa una caravana de camionetas negras, sirenas y motocicletas con banderas. Alguien murmura: “Son las delegaciones de la ONU, vienen los jefes de Estado”. El observador se pregunta: ¿sirve de algo este desfile global de discursos solemnes y aplausos diplomáticos?
La ONU nació en 1945 como antídoto contra las dos guerras mundiales que habían arrasado con la primera mitad del siglo XX. Fue un pacto entre vencedores, que blindaron sus privilegios con asientos permanentes y derecho a veto en el Consejo de Seguridad. La verdad es que fracasó en evitar Corea o Vietnam, pero se reivindicó con acuerdos de desarme nuclear y operaciones de paz en África y los Balcanes.
El mundo de hoy no es el de Roosevelt y Churchill, ni siquiera el de Reagan y Gorbachov. EE.UU., bajo Trump, ha convertido el proteccionismo en doctrina oficial. China responde con su propio arsenal regulatorio. Europa intenta resistir, pero termina ajustando sus industrias a los caprichos de Washington. Rusia combina el petróleo con las sanciones a ella impuestas.
Occidente ha sido disciplinado. La Unión Europea, Japón, Canadá y Australia alinean su política exterior bajo la amenaza de tarifas o acuerdos bilaterales. El libre comercio, otrora bandera de Occidente, se ha vuelto un campo minado de excepciones, renegociaciones y chantajes velados. Pero ese disciplinamiento tiene límites. En Oriente, el bloque formado por China, India y Rusia resiste y exhibe músculo. Xi Jinping habla de “verdadero multilateralismo”, Putin refuerza su narrativa de potencia sitiada y Narendra Modi juega el doble rol de socio estratégico y líder independiente.
A esta ecuación se suma un grupo de rebeldes latinoamericanos. México, Colombia y Brasil se han salido del libreto. México coquetea con una diplomacia ambivalente. Colombia, en plena redefinición interna, intenta un margen de autonomía frente a EE.UU. Y Brasil, con Lula en primera fila, ha decidido reclamar protagonismo global, desde el Consejo de Seguridad hasta el cambio climático. Tres piezas menores en el tablero mundial, pero que juntas tienen voz.
En este contexto, los organismos internacionales como la ONU se ven atrapados en una paradoja. Su arquitectura fue diseñada para mantener un orden estable, pero la dinámica actual es de bloques en competencia. Lo real ocurre allí en los pasillos de la ONU, en las sonrisas congeladas de las fotos oficiales, en apretones de mano que ocultan tensiones no resueltas. Las posturas hablan más que las palabras. No es lo mismo ver a Trump o a Marco Rubio frente a un presidente europeo -condescendientes, seguros, casi pedagógicos- que observarlos junto a Putin o Xi Jinping. El lenguaje corporal cambia. La sonrisa se convierte en mueca, los hombros se encogen, la mirada se endurece.
Lo que la ONU ofrece hoy es ese espejo de asimetrías. Occidente disciplinado, Oriente desafiante, y América Latina probando una tímida rebeldía.
¿En la ONU se hablará de Gaza? ¿Hasta dónde resulta válida la legitima defensa que alega Israel frente al grupo terrorista Hamás? Ese es un verdadero problema que debe afrontarse. Si no, puede ser que la respuesta para el observador en Nueva York sea que la ONU perdió todo sentido. Por ahora atentos a la postura de cada uno en las fotos.