Si el objetivo de los correístas era meter a Guillermo Lasso a la piscina de los tetones, el costo era dejar ahí a su compañero Ronny Aleaga.

En efecto, para posicionar el relato según el cual Lasso es la cabeza de una red criminal, en la que su cuñado Danilo Carrera es el principal socio, era necesario legitimar la versión del mismo mafioso que dijo que Aleaga era su operador.

La relación costo-beneficio le daba pocas posibilidades de sobrevivencia a Aleaga, al menos cuando estalló el escándalo. Era políticamente más rentable que Lasso aparezca, metafóricamente claro, junto a los tetones que rescatar al Latin King. De hecho, una caricaturista lo colocó ahí junto a su cuñado.

Rafael Correa, quien ya le había lanzado salvavidas a su asambleísta estrella, fue el encargado del sacrificio: si había validado un tuit del periodista Andersson Boscán, donde daba a conocer la denuncia de Leonardo Cortázar que involucra al cuñado de Lasso, ya no pudo contradecirse negando una declaración del mismo Cortázar en el que afirmaba que Aleaga era su socio. Luego de eso, ninguno de sus compañeros fue a su rescate.

El episodio sirve no solo para relatar el aparente ocaso de la que hasta hace poco era una exitosa carrera política en la alianza legislativa del correísmo y el PSC, inmune al retiro de su visa, la fotografía y a la condecoración que hizo a nombre de la Asamblea de dos marinos narcos. El episodio sirve, sobre todo, para entender la potencia y relevancia que había adquirido la imagen de los tetones en la piscina en el imaginario colectivo.

La foto, en efecto, se había convertido en la referencia visual que se enraizó en la conversación nacional de cuán contaminada está la clase política, específicamente el correísmo y todos los que van por el No en la consulta, con las mafias de la corrupción y el narcotráfico asociado a la violencia. Que uno de los tetones haya sugerido que Lasso estaba contaminado, era encontrarse con el santo grial. El problema es que Aleaga fue sacrificado sin que hasta ahora haya las pruebas para meter definitivamente al presidente en el chapuzón.