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Una pregunta que recién contesto

Avatar del María Josefa Coronel

Ajusté mi reloj interno, entrego más tiempo a disfrutar de la caballerosidad de mis amigos y conocidos, de mis amigas y de la vida de los míos

Hace ya algún tiempo empezaron a preguntarme si después del tratamiento contra el cáncer, yo había cambiado mi forma de ver la vida. Confieso que sonreía, pero no respondía nada. Por un lado, porque sentía que iba a decepcionar a las personas al responderles que me sentía igual o porque podrían esperar alguna interesante exposición de metamorfosis espiritual. No tenía nada de eso, no podía decir nada al respecto. Creo que tampoco ahora.

Sin embargo, y a razón de lo muy exigente que puedo llegar a ser conmigo misma, nunca deseché la pregunta de mi pensamiento. Entonces decidí regalarme una autoevaluación, decidí rebuscarme, husmearme. Inicié revisando mis escritos, mis artículos publicados en los diarios hace veinte años, aproximadamente. Primera conclusión: los volvería a publicar sin cambiarles ni una coma. Luego, escarbé mi música, mis autores y canciones favoritas y, si bien han aumentado en número, los sigo disfrutando al igual que mis libros y mis escritores especiales, que logran ser mis amorosos y brillantes maestros insertados en el papel.

No he cambiado mi mirada política, pues sigo cuestionando al poder y sigo creyendo que el servicio público es sagrado, con ‘s’ de santidad, de una santidad moderna y eficiente.

Sigo creyendo que el poder corrompe desalmadamente y que las personas que he querido y creído capaces han caído presa de la vanidad, del culto a la personalidad ególatra y de la cínica manera de enriquecerse, porque si los otros lo hicieron, “yo también”.

Entonces, ¿cambié en algo? Sí, así fue. Le di más espacio al amor en todas sus manifestaciones y lo he convertido en mi fuente, sea para expresar mis afectos, o para alejarme de personas que decidieron otros rumbos, o para refundirme en el aprendizaje de esas otras ciencias que quedaron pendientes.

Ajusté mi reloj interno, entrego más tiempo a disfrutar de la caballerosidad de mis amigos y conocidos, de mis amigas y de la vida de los míos.

Sigo siendo yo, y sé que la miseria humana sigue apareciendo en cada esquina, pero sé también que no tiene la última palabra, así como tampoco la tienen la muerte ni la enfermedad.