Mariana

Avatar del María Josefa Coronel

Hace poco me preguntaba mi opinión acerca de si a las mujeres nos han educado bien...

Tiene cinco hijos y diez nietos. Ha sido hermosa desde muy joven, y muy joven fue madre. Y audaz, y portadora de una necesidad inmensa de sentirse amada que la llevó a enredarse en varios estériles y dañinos encuentros, mal llamados, de amor. 

Mientras la escucho sospecho que nunca tuvo tiempo de pensar qué es lo que quería hacer de su vida. ¡Dibuja tan lindo! La verdad que me cuesta no distraerme viendo cómo le salen de la mano tantas cosas lindas, todo esto mientras me cuenta la penitencia que le han enviado por su última confesión, por los pecados de siempre, pues Mariana ha perdido la cuenta de cuántas veces le han dado la absolución por lo mismo. Ella es así, su propio fiscal. 

Hace poco me preguntaba mi opinión acerca de si a las mujeres nos han educado bien. Me repasó todas las reglas de conducta que le enseñaron y que se las repitieron hasta el cansancio, como por ejemplo, que no se vista con tal ropa porque entonces provocaba sexualmente a los hombres, y las mujeres somos responsables de lo que provocamos. 

Riéndose de ella misma, vocalizando las reglas recordadas, me confiesa que amigas de sus hijas se relacionan sexualmente de todas las formas posibles sin perder la virginidad. ¿Qué se puede hacer?, insiste en preguntarme.

Este contexto, previo al 8 de Marzo, Día Internacional de la Mujer, no solo volvemos la mirada a las instituciones públicas fallosas, profesores violadores y otros tantos monstruos; vale la pena que nos miremos cuánto somos capaces de dar un ejemplo de amor aceptando a las mujeres tal como son, así de sencillo. Cuánto somos capaces de lanzar al vacío nuestras preconcepciones y esa sensación de juzgar desde la certeza de poseer el mejor modelo de vida. Enseñar a ser honestos, a amar y a amarse. 

Las mujeres no nacimos para ser colonizadas, ni en mente ni cuerpo; somos personas, equivocadas, distintas, apasionadas, tímidas o vehementes. Somos lo que somos, libres e iguales en todos los derechos y oportunidades. Recordarlo no para repetirlo, sino para cumplirlo, y de ser posible, demostrar que amamos esa igualdad que nos convierte en humanos con mayor plenitud.