Leo Stagg: A mí no me lo contaron, lo viví

Viví cómo el correísmo convirtió la justicia en un arma de persecución. ¿No había pruebas? Se las inventaban
Hay algo peor que la mentira: el cinismo. Y nadie ha sido más cínico que los correístas que hoy se victimizan. Los mismos que usaron el Estado para arruinar vidas, encarcelar inocentes y manipular jueces; ahora lloran porque la justicia los alcanza. Pobre pillos. Pero a mí no me lo contaron. Yo lo viví. Viví cómo el correísmo convirtió la justicia en un arma de persecución y un escudo de impunidad. ¿No había pruebas? Se las inventaban. Usaban la UAFE para fabricar fraudes, peritos del Consejo de la Judicatura para alterar documentos, jueces corruptos para sentenciar sin pruebas. ¿No podían encarcelar a su objetivo? Metían presa a su secretaria y la condenaban a 17 años por no incriminarlo. ¿No podían ganar un juicio? Movían el caso de Guayaquil a Durán, donde tenían jueces serviles. ¿No podían interferir en procesos de refugio en otros países? Inventaban difusiones rojas de Interpol para justificar secuestros y torturas en suelo extranjero. Viví las sabatinas de Correa, donde se dictaban sentencias antes que los jueces. Lo que no pudieron probar en un juicio, lo hicieron ‘verdad’ con cadenas nacionales y propaganda. Cada sábado, el show del dictador: insultos, humillación y destrucción pública de quien no se arrodillara. Viví la persecución absurda y brutal. Como Francisco Sampedro, encarcelado por llevar un muñeco de cartón en su carro. Un borrego de protesta convertido, según el correato, en un arma de destrucción masiva. ¡Lo acusaron de tráfico de armas nucleares! Pasó 86 días en prisión porque el dictador se sintió aludido.
Y mientras perseguían, protegían. Porque el correísmo no solo fue el gobierno más corrupto de la historia, sino el que entregó el país a la delincuencia organizada y destruyó las instituciones. Jueces que destrozaban la vida de inocentes, dejaban libres a capos. Fabricaban pruebas contra opositores y enterraban las que demostraban el saqueo del Estado.
La diferencia es esta: Rafael Correa, Jorge Glas y muchos otros correístas no han sido sentenciados por sus ideas, sino por haber saqueado el país. La justicia los condenó por corrupción, por convertir la presidencia en una caja registradora para su mafia. No son víctimas. Son culpables. Hoy se dicen perseguidos, pero no hay jueces amañados ni pruebas fabricadas, no hay secuestros ni sentencias dictadas en sabatinas. Lo que hay es justicia. Lo que no tienen es vergüenza. A mí no me lo contaron. Yo lo viví.