Juan Carlos Holguín: Las apuestas deportivas no son diversión, son un peligro

Somos, en palabras de Byung-Chul Han, “esclavos absolutos”
El deporte tuvo un punto de inflexión en los años sesenta, cuando la NFL, en español conocida como la Liga Nacional de Fútbol Americano, lanzó un libro con reglas para transar los cromos del año. Fue el embrión de lo que hoy conocemos como ‘Fantasy League’.
Soy de los que inicialmente creyó en que las apuestas deportivas eran un elemento parecido, que también fidelizaba a los fanáticos con su deporte. En los años en que tuve la oportunidad de estar cerca del fútbol inglés, veía a los juegos de pronósticos y apuestas como una acción ligada a la pasión por el deporte. Los ingleses apostaban no solamente al resultado del partido de la Premier League sino que también pronosticaban si iba a llover el día de la boda del Príncipe Harry.
No entendía por qué en Ecuador no explotaba esta industria. Coincidentemente, por esos años iba profundizando en las lecturas de un filósofo coreano, Byung Chul-Han, cuyos libros me había recomendado un buen amigo.
No somos libres, somos esclavos de nuestras pantallas, con nuestro consentimiento pleno. Somos, en palabras de Byung-Chul Han, “esclavos absolutos”, en la medida en que, sin amo alguno, nos explotamos nosotros mismos de forma voluntaria. No tenemos control de nada.
La revolución digital es una revolución de la esclavitud, vestida de la libertad del “me gusta”. Como dicen varios expertos, las redes sociales y la hiperconexión generan shocks de dopamina que causan adicción. Y esto es precisamente lo que causa la gratificación inmediata de los juegos de apuestas y de casino en los móviles.
La oficina de Naciones Unidas contra las Drogas y el Delito publicó hace poco un informe sobre apuestas ilegales y deporte, asegurando que la industria de las apuestas ha abierto una ventana enorme para el blanqueamiento de capitales de las economías ilegales. Más aún en un país dolarizado como el nuestro.
En Ecuador, ante la falta de normativa, los últimos años han proliferado las ofertas de apuestas deportivas. No hay control alguno de los cientos de locales sin rótulos en pequeños pueblos que captan dinero para las apuestas, ni reglas antilavado. Tampoco se ejecuta el seguimiento de los movimientos financieros de las empresas, ‘fundaciones’ o empresas ‘escudo’ que se crean permanentemente para burlar controles.
Problema igual de grave es el de la ludopatía, especialmente la infantil, que se está generando con esta actividad. Hace poco, el sacerdote argentino Guillermo Marcó, en un artículo publicado en Infobae, mencionaba que la posibilidad de ganar plata rápido y fácil, sin tener que trabajar, tiene un atractivo poderoso. Y que en un contexto de inseguridad económica o falta de oportunidades laborales, las apuestas pueden parecer una solución atractiva.
La Iglesia argentina emitió un documento pastoral advirtiendo que la legalización de juegos ‘online’ logró dos cosas en ese país: aumentar la riqueza de quienes manejan el negocio y, paralelamente, aumentar la cantidad de adictos ludópatas o potenciales ludópatas.
Estamos ante una bomba de tiempo en el Ecuador, con una serie de familias sobreendeudadas por las apuestas, y con miembros con adicción al juego. Me equivoqué: las apuestas no son diversión. Son un arma a punto de explotar en las manos de nuestros adolescentes y niños.