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El mensaje

Avatar del Juan Carlos Díaz Granados

"No es que al electorado le despreocupa el futuro, sino que vive un presente con necesidades insatisfechas que requieren solucionar hoy"

En los años noventa, durante una rueda de prensa en Lima como parte de su campaña para ganar la Presidencia de la República, Mario Vargas Llosa, un gran candidato, respondió a una periodista francesa en ese idioma. No tradujeron al español y nadie más comprendió lo que hablaron. Eso y sus promesas relacionadas con que el Perú saldría adelante con esfuerzo, lo distanciaron más de electores que vivían agobiados por la guerrilla y el desempleo. Su contendor, Alberto Fujimori, en cambio, prometió cosas que lo vincularon con la solución de los problemas diarios de la mayoría de los peruanos y ganó. Lo irónico es que el gobierno de Fujimori terminó ejecutando las propuestas de campaña de Vargas Llosa y el Perú creció económicamente. Fujimori habría pasado a la historia como un gran presidente si su gobierno hubiese sido honesto.

Un factor que influyó en la votación ecuatoriana es que las historias se han contado al revés. El candidato de izquierda que obtuvo mayor votación nació en cuna de oro y ha tenido el privilegio, entre otros, de estudiar su carrera en una universidad de Estados Unidos. Su padre es empresario petrolero, beneficiario de contratos de la década ganada. La historia del candidato de la derecha comenzó con números negativos. Creció a punta de esfuerzo personal y sin educación universitaria, hasta lograr la prosperidad de decenas de miles de familias a través de la empresa que construyó, ofreciendo la posibilidad de lograr que cientos de miles de familias más logren lo mismo si fuese electo presidente. Ese mensaje no lo recibió la ciudadanía.

No es que al electorado le despreocupa el futuro, sino que vive un presente con necesidades insatisfechas que requieren solucionar hoy. Está desinteresado en la política macroeconómica y es comprensible.

Tenemos actitudes en nuestras vidas que nos conectan o separan de los demás. El arte del mejor político es lograr ese contacto y comunicarlo adecuadamente; entender las necesidades insatisfechas de cada uno y plasmarlas en promesas electorales.