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José Molina Gallegos | La seguridad: entre la urgencia y la fatiga social

Crece el escepticismo, crece la frustración, y con ellas crece el riesgo de que la ciudadanía tolere medidas

En Ecuador la palabra ‘seguridad’ se volvió una especie de mantra nacional. Se repite en discursos, titulares, chats familiares y conversaciones de taxi. Pero cuanto más la repetimos, más parece diluirse su significado. Vivimos atrapados en un ciclo donde la urgencia por frenar la violencia convive con una creciente fatiga social: estamos cansados del miedo, pero también de las soluciones improvisadas que prometen mucho y transforman poco.

La ciudadanía ha aceptado, casi resignada, un país donde el Estado de excepción se ha vuelto una rutina y la presencia militar en las calles ya no sorprende a nadie. Esa normalización es peligrosa: cuando la excepción se vuelve norma, la democracia se vuelve frágil. Y, sin embargo, muchos ecuatorianos sienten que no hay alternativa; que sin medidas duras la vida cotidiana sería aún más insoportable. Es el dilema perfecto para el populismo: seguridad sin debate, orden sin derechos, urgencia sin estrategia, tratar de ampliar la cantidad de delitos o volverlos imprescriptibles. Esa no es la solución, tan solo un parche, un opio para el pueblo; trasladar la solución de los problema al Derecho penal es craso error.

El mayor riesgo es creer que la violencia es solo un problema de fuerza. La experiencia regional lo demuestra: sin instituciones sólidas, sin justicia funcional y sin oportunidades económicas, la represión se queda en parche. Pero hablar de prevención, reinserción o inversión social parece casi un gesto de ingenuidad en un país donde la prioridad es sobrevivir al día siguiente.

La fatiga social ya se percibe. No solo por el miedo, sino por la sensación de que las políticas cambian, pero los resultados no. Crece el escepticismo, crece la frustración, y con ellas crece el riesgo de que la ciudadanía tolere medidas cada vez más extremas a cambio de una tranquilidad mínima.

¿Ecuador necesita firmeza? Sí, pero también inteligencia, memoria y paciencia. No podemos permitir que el miedo decida por nosotros, porque si la urgencia nos gobierna, la seguridad nunca llegará; y si la fatiga nos domina, perderemos la capacidad de exigir soluciones reales. En esa delgada línea estamos: tratando de recuperar un país donde la vida no sea un acto de valentía diaria.