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José Molina Gallegos | Entre castigar y rehabilitar

No es solo cuestión de más fuerza pública, sino de menos indiferencia y más presencia real del Estado

Voy a hablar desde la utopía, desde el deber ser y no desde el ser, porque el Derecho penal contemporáneo, pese a su carácter punitivo, tiene finalidades aparentemente nobles y hasta románticas. Y, antes que nada, advierto que no es una columna en defensa de los delincuentes, ni estoy diciendo que violadores, asesinos, narcotraficantes y el largo etcétera de calificativos que existe para cada criminal, merecen ser tratados como marqueses. Así que, si usted va a saltar con alguno de esos clichés, ahórreselos y vuelva a leer la columna hasta que entienda su propósito.

Las cárceles ecuatorianas se han convertido en el espejo más brutal del Estado. Cada motín, cada masacre, no habla solo de los privados de libertad, sino de una sociedad en constante deconstrucción, que finge sorpresa ante la barbarie.

Todo se ha reducido a un sistema penal que castiga sin rehabilitar y encierra sin el control, con un Estado que perdió autoridad frente a quienes deberían estar bajo su responsabilidad. Y mientras tanto, seguimos repitiendo el mismo libreto: endurecer penas, militarizar y ‘recuperar el orden’, sin éxito.

El problema es que el Estado ya no manda en las cárceles; las administra en teoría, pero en la práctica, las gobiernan otros.

Los centros de rehabilitación son hoy estructuras paralelas de poder: con economías internas, jerarquías, códigos y fronteras que el Estado ya no cruza. Cada vez que un gobierno promete ‘recuperar el control, olvida una verdad incómoda: la violencia no se controla solo con balas, sino con institucionalidad.

No es solo cuestión de más fuerza pública, sino de menos indiferencia y más presencia real del Estado.

La prisión, en teoría, debía ser el último eslabón del sistema penal. En Ecuador se ha convertido en el corazón del crimen organizado y en el retrato de que la omisión destruye.

Rehabilitar no es debilidad. Es, quizás la forma de romper el ciclo que hoy nos devora a todos: la cárcel que alimenta la violencia, la violencia que produce más cárcel y el Estado que se disuelve entre ambos.