José Molina | El regalo más esperado: la igualdad entre ecuatorianos
En un año marcado por violencia quizá el mayor acto de esperanza sea creer que Ecuador sí puede construirse distinto
Llegó diciembre, empezó el mes, y en un abrir y cerrar de ojos se acabó el año. Cada diciembre, mientras las calles se llenan de luces y las familias planean la cena, los ecuatorianos volvemos a la misma conversación: ¿qué regalar, ¿qué esperar, ¿qué desear para el año que llega? Pero entre juguetes y promociones, hay un regalo que el país lleva demasiado tiempo esperando: la igualdad, aquella que se siente en la vida diaria, en la justicia, en la calle, en la seguridad, en la oportunidad de soñar. Desde la docencia veo cómo hay personas que no pueden matricularse por situaciones de orden económico, mientras otros, por vagos, no asisten a clase, ¡qué descaro!
En lo personal, desde hace muchos años dejamos de entregarnos un regalo entre mis hijos y la familia más cercana. El regalo más grande es estar juntos, tener salud; ese es el regalo más preciado, y es diario.
La Navidad pone en evidencia nuestras diferencias. Mientras algunos celebran rodeados de abundancia, otros hacen malabares para que la mesa tenga algo que ofrecer. La desigualdad en Ecuador no es solo económica, es territorial, educativa, étnica, de género. Es la brecha que separa al joven que accede a una universidad con garantías del que abandona la escuela porque debe ayudar en casa. Es la distancia entre quien confía en la Policía y quien vive en un barrio donde ni siquiera entra.
La igualdad, lastimosamente, no llegará esta Navidad envuelta en papel de regalo. Requiere políticas sostenidas, decisiones valientes y un país dispuesto a mirarse sin excusas. Significa invertir en educación sin parches, fortalecer la salud pública, garantizar empleo digno y enfrentar la discriminación que aún se naturaliza en tantos espacios. Significa que el progreso deje de ser privilegio y empiece a ser derecho, una realidad.
En un año marcado por crisis, violencia y cansancio colectivo, quizá el mayor acto de esperanza sea creer que Ecuador sí puede construirse distinto. Que la igualdad no es un lujo, sino la condición mínima para que todos tengamos futuro.
Si esta Navidad buscamos un deseo común, que sea este: vivir en este país maravilloso donde el destino no se decida por azar, apellido o geografía. Que la sed de venganza se acabe. En un país donde nacer ecuatoriano signifique, por fin, tener las mismas oportunidades para seguir adelante. Ese sería, sin duda, el mejor regalo.