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La salsa picante de Jaime Nebot

Avatar del José Hernández

"Es obvio que Nebot está instalado, con miras a la campaña presidencial, en una visión sistémica que lo lleva a repudiar lo que a sus ojos son simples parches".

Tampoco el coronavirus, con su estela de calamidades y muerte, ha podido poner medianamente de acuerdo al país. Ni en el diagnóstico ni en la posibilidad de lograr acuerdos. Y eso incrementa esa sensación de perplejidad que remite, irremediablemente, a esa leyenda, o a ese cliché de que Ecuador es un país ingobernable.

Ni siquiera se trata del fraccionamiento político que es legendario. En el país hay disonancia entre la realidad y los discursos. Hay propensión a canjear los datos empíricos por deseos, falacias o mentiras piadosas. Hay una resistencia sorda a aceptar los hechos que son licuados por lemas paridos en ideologías vetustas. O por el efecto de un voluntarismo fofo cuyo uso es imperecedero.

El coronavirus no ha logrado sacar al país de esos vericuetos mentales y políticos que lo tienen inmovilizado. No lo ha movido hacia mayor realismo. Y eso plantea, otra vez, como es habitual desde hace décadas, la pregunta: ¿qué tiene que vivir el país para lograr el sobresalto que lo lleve a un mínimo de racionalidad, unidad y objetivos?

La pregunta adquiere particular relevancia en este momento en el cual el gobierno de Lenín Moreno entra en su tramo final y se cuajan las candidaturas de aquellos que quieren reemplazarlo. ¿Qué mecanismos de gobernabilidad se vislumbran para destrabar al país? Por ahora solo Jaime Nebot ha propuesto uno: una consulta popular en la cual el país zanja algunos de sus bloqueos, fija un horizonte, da mandatos al gobernante y a la Asamblea y franquea un camino. Se entiende que esta será la bandera de Nebot si decide ir a la contienda, reemplazará la del polémico “modelo exitoso de Guayaquil” y marcará el norte de un hipotético gobierno. O se convertirá en su trinchera política. 

En los hechos, Nebot ya está parapetado en un espacio en el cual él y los suyos solo hablan de “un cambio de modelo”. Una suerte de todo o nada, que recuerda las disyuntivas clásicas de los militantes de partidos de la izquierda jurásica. Esa posición podría explicar por qué el PSC votó en contra de la Ley de Apoyo Humanitario a pesar de que el presidente retiró la parte de las contribuciones que, en principio, era lo único que les mortificaba en ese proyecto de ley. Es obvio que Nebot está instalado, con miras a la campaña presidencial, en una visión sistémica que lo lleva a repudiar lo que a sus ojos son simples parches.

Su propuesta de consulta popular, para virar por entero la tortilla, no es nueva. En los hechos recuerda el camino que siguió Rafael Correa y culminó en Montecristi con una nueva constitución. Tiene el sello refundacional, la visión sistémica y persigue fines políticos similares: lograr acuerdos en las urnas para evitar los escollos de la fragmentación y los debates sin resultado, poner las fuerzas políticas ante mandatos ineludibles y forzar así una gobernabilidad que Nebot ve imposible mediante el diálogo.

Por supuesto, esa propuesta de democracia plebiscitaria podría tener las mismas taras que tuvo la de Correa: reducir el juego institucional a la figura del gobernante que puede prescindir -sin clausurarla- de la Asamblea, los partidos, la oposición, la sociedad deliberante, los mediadores sociales, los organismos de control y, por supuesto, la prensa.

Ni Nebot es por ahora candidato ni su propuesta es por ahora un imperativo. Pero es indudable que es una respuesta posible al bloqueo nacional que ni el coronavirus ha menguado. La pelota está en la cancha de Guillermo Lasso y de otros posibles candidatos y consiste en decir cuál sería su fórmula de gobernabilidad en un país que ama sobremanera la irracionalidad y la división.