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Sabios en redes, tarados en el poder

Avatar del José Hernández

Lo curioso es que, en cada caso, aparece una nube de especialistas que, en redes sociales, dan muestras de saber mucho más que las autoridades encargadas’.

La desconexión que existe en el país entre políticas públicas y conocimiento práctico (el famoso ‘know-how’ gringo) es abrumador. Tres ejemplos, entre muchos, ayudan a ubicar el problema. Uno: durante años, el país convivió con el flagelo guerrillero de Colombia. Esto hacía suponer que era dable encontrar, en las universidades, expertos en ese tema. No había. Y los gobiernos no sabían cómo encararlo. Dos: de Venezuela llegó una ola de refugiados motivada por el hambre y el desempleado generados por el chavismo. ¿Qué hacer? Tampoco allí hubo capacidad de asumir, con celeridad, esa realidad. Tres: se disparó el problema carcelario con bandas criminales cuyos ingredientes el país conoce desde hace lustros. Y no hay expertos en ese asunto que necesita dinero, conocimiento técnico, administrativo, sicológico, de seguridad e inteligencia y de rehabilitación.

Lo curioso es que, en cada caso, aparece una nube de especialistas que, en redes sociales, dan muestras de saber mucho más que las autoridades encargadas. De hecho resuelven ese rompecabezas en sendos trinos con una facilidad que corta el aliento.

Tayllerand pensaba, con razón, que todo lo que es exagerado es insignificante. No obstante, hay que admitir que, en la conversación pública, hay ciertas constantes que tornan imposible la comprensión de lo que sucede en el país. Y, en consecuencia, la posibilidad de generar una masa crítica susceptible de pensar, en forma razonable, en la solución. De nuevo tres ejemplos:

1. Volver simple lo que es complicado: es un reflejo condicionado. En el tema carcelario es frecuente leer preguntas como, ¿por qué no entran disparando? Los problemas son despojados de los elementos más conflictivos para producir la sensación de que aquellos que los enfrentan son tarados. En general, el país que opina tiende a huir de la complejidad de la realidad.

2. Se prefiere el diagnóstico a la solución: es un deporte nacional. El despliegue de inteligencia culmina en lugares comunes que dejan intacto el problema. Poner más guardias penitenciarios o construir más cárceles, son respuestas frecuentes. Preguntar por el financiamiento no es señal de pragmatismo sino de mezquindad. El país que opina ama caminar en terreno conocido.

3. Vivir en otro país: es un ejercicio que muchos académicos comparten con los expertos improvisados. Ahí se dan cita el reflejo condicionado, el lugar común y la solución improbable. El Estado es obeso, es un axioma reiterado. Quien lo pronuncia da por sentado que está todo dicho. No es así: no dice cuál es el tamaño de Estado que necesita Ecuador, el número de funcionarios, de cuántos hay que prescindir, en qué sectores, cuánto vale sacarlos de la nómina, cómo financiar ese gasto y enfrentar políticamente la calentura social que esos despidos provocará.

Los impuestos son un caso similar. A pocos gusta pagar impuestos. Y es verdad que los gobiernos cargan la mano sobre los mismos sectores. Pero los críticos dan la impresión de vivir en Suiza o en Suecia. Y en vez de reflexionar alrededor de las cifras nacionales, donde las disparidades económicas son escandalosas, y cómo capotear los riesgos políticos que cualquier gobierno corre si enfrenta el ‘statu quo’ paralizador, prefieren recordar lo que dijeron John Locke o Adam Smith. El país que opina ama sin duda más la teoría que la realidad.

Mientras el país que opina no se haga cargo de la complejidad de la realidad, será imposible que el grueso de la población se instale en el pensamiento concreto. Así, los inteligentes estarán siempre en redes sociales y los tarados en el gobierno.