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El misterio-Lasso es Lasso

Lasso protege esos círculos en los cuales los políticos están subrepresentados’.

Un enigma recorre buena parte de amigos, seguidores, críticos y detractores del Gobierno: ¿qué pasa en el Ejecutivo? Formulado el interrogante, se abre un ramillete de preguntas, en el cual la más inquietante es la primera: ¿hay conciencia en Carondelet de que hay un problema? Y no importa cómo se diagnostica. Problema de desconexión, de incomprensión (del lado que sea), de percepción, de explicación, de gestión, de estrategia… Pero un problema. Y un problema que necesita ser admitido por el equipo presidencial para poder ser asumido, procesado y resuelto.

No parece que esa conciencia exista. Porque el Ejecutivo no da muestras de querer hacer cambios en ningún sentido. O dar golpes de timón. Y cambios podría haber en muchas direcciones. Se especuló con la muerte cruzada. Se evocó un gabinete de concertación con organizaciones políticas o fuerzas sociales que ampliara la base de apoyo del régimen.

Se pensó que el problema estaba en el manejo demasiado ortodoxo de la economía. Se aseveró que no iba a gobernar con la Asamblea, pero sí con el país. Se ha debatido sobre la falta de gestión del Gobierno y la carencia -por el mismo motivo- de una política de comunicación capaz de crear y movilizar imaginarios en una sociedad descreída. Se han dicho muchas cosas. Sin embargo, el Gobierno es como una mayonesa que no agarra punto: sigue en lo mismo. Y ahí, en ese punto muerto, radica el atolladero. Porque si en el Ejecutivo no hay conciencia de que hay un problema, el problema que perciben hasta sus amigos se torna insoluble.

La pregunta -¿qué pasa en el Ejecutivo?- cabría, entonces, plantearla de otra forma. Partir de una certeza: si el Ejecutivo no oye, no se inmuta, no hace cambios mayores, elude la muerte cruzada y evita un giro severo de timón, ¿es porque está convencido de que está en camino correcto? En ese caso, ¿qué sustenta esa convicción? Debe ser el manejo económico en el cual se concentró tras la exitosa campaña de vacunación. La economía es, además, el único sector en el cual se anunció un viraje tras una etapa, liderada por Simón Cueva, para “poner la casa en orden”.

Aquí las percepciones varían y podría decirse que el optimismo del Gobierno, que muestran con cifras el presidente y su ministro Arosemena, está lejos de ser compartido por la opinión. Pero ese parece ser el punto que suelda al equipo más cercano al presidente que es, en su parte medular, el que lo acompañó en su fundación o en el banco. Lasso protege esos círculos en los cuales los políticos están subrepresentados.

Esa es la apuesta de un presidente rodeado en Carondelet de amigos, principalmente guayaquileños. Un presidente convencido de que el país, por más tiempo que tarde, terminará por darle la razón. El Gobierno se parece a él: no anuncia lo que hace, no explica lo que está haciendo y no promociona lo que hizo. Lasso y su equipo cercano creen que su labor debe ser secuencial (primero las vacunas, luego la economía, después…) y que la política se limita al mano a mano con la Asamblea y a los vaivenes con Nebot y Correa. No entienden que ante la opinión la política viaja en un discurso y se concreta en resultados colgados de imaginarios que convocan porque hacen soñar.

Esto podría explicar por qué su gobierno no deconstruye las narrativas de la oposición, no crea imaginarios ni tiene iniciativa política. Reacciona. Y el presidente, sacudido eventualmente por el ruido de las redes sociales, sale del ecosistema que se ha creado, sobrerreacciona y crea eventos capaces de erosionar su frágil capital político. El enigma Lasso es él.