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Jodido Lasso, jodido el país...

Avatar del José Hernández

Ni los políticos quieren hacer cambios para que el país atienda urgencias y se conecte con la contemporaneidad ni la sociedad sabe cómo presionarlos para que salgan de su ensimismamiento y dejen de complotar

La desazón se expresa, aunque no se explica. Y se expresa en muchas preguntas. ¿Cuándo se jodió el país? ¿Por qué no aprende de sus desgracias? ¿Por qué reitera los modelos que tanto lo afectan? ¿Por qué está tan fragmentado? ¿Por qué la política se ha convertido en sinónimo de corrupción e impotencia? ¿Por qué los políticos, con excepciones que pueden ser enumeradas, siguen creyendo que su futuro es equiparable a su capacidad de complotar contra el gobierno de turno? ¿Por qué la Asamblea parece regodearse en el espectáculo deprimente que proyecta? ¿Por qué la corrupción ha llegado a niveles institucionales que parecían inconcebibles? ¿Por qué el país niega con vehemencia realidades mientras permite que tomen cuerpo; el narcotráfico y el dominio de las bandas en las cárceles, por ejemplo?

¿Quiénes son los responsables de estos descalabros? ¿Los políticos? ¿Los gobiernos? ¿Los partidos? ¿Las oligarquías ciegas y desidiosas? ¿Los izquierdosos jurásicos? ¿Las élites inexistentes? ¿Por qué el país se lamenta, como si lo sintiera de verdad, y vuelve a votar por los mismos que reproducen la película mientras administran sus expedientes judiciales?

Ecuador luce atrapado en una encerrona que se tiende a sí mismo. Trampa eterna y circular. No sale. No lo intenta. Vive sabiendo de antemano lo que va a ocurrir. Porque ya lo vivió. Porque se repite. Porque se engaña. Porque no confía en sus potencialidades y desconfía de la racionalidad.

Ecuador corre tras el ‘statu quo’ como si fuera su santo grial. Se queja, sí. Pero ama los diagnósticos. Vive sin inmutarse al borde de lo irremediable. No posee una masa crítica para cambiar; pero sí la tiene para bloquear o deshacerse de aquellos que quisieran alterar el orden establecido donde reinan. Eso explica por qué los políticos han hecho de la sociología su refugio predilecto: explican todo aquello que no cambian.

Ecuador cree en los salvadores supremos. Esa es la idea que tiene de la política y que sustenta la matriz caudillista. Hallar a alguien a quien pasar todos los testigos, cerrar los ojos y sentarse a esperar cuánto dura en Carondelet. Eso explica por qué sus contrincantes, lejos de hacer causa común en temas esenciales y apoyar las reformas necesarias, solo sueñan con que se consuma lo más rápidamente posible en su cargo.

La política no es sinónimo de servir. No es competencia pública, creativa y diaria de soluciones y fórmulas de gobernabilidad. Es, cuando no se está en el poder, oposición y únicamente eso. Hoguera de vanidades. Retórica sin cifras y sin realidades. Arte de hacer creer que dinero sobra en el país y que el Estado puede costear cualquier deseo, por grandilocuente que parezca.

Ecuador no existe en el imaginario de una buena mayoría de políticos. Ni existe ni lo piensan. No les quita el sueño no tener un proyecto viable para el país. Dicen política y piensan en su carrera. En esa ambición voraz que los lleva a aspirar a un cargo más arriba, apenas tienen uno. Dicen política y añoran micrófonos y acarician el ego que exige una ración de imágenes y zalamerías diarias. Dicen política y la confunden con la idea presuntuosa que tienen de sí, que no tolera críticas y que milita contra la responsabilidad y la sensatez.

Ecuador está jodido y el presidente Lasso está atrapado. Y no se ve, por ahora, cómo se puede deshacer ese nudo gordiano que produce desazón e impotencia. Ni los políticos quieren hacer cambios para que el país atienda urgencias y se conecte con la contemporaneidad ni la sociedad sabe cómo presionarlos para que salgan de su ensimismamiento y dejen de complotar.