Columnas

La filosofía de la fuerza testicular

Los ciudadanos votan por causas y derechos y no están dispuestos a comprarse guerras encubiertas para fines inconfesables

¿Es posible sacar la política del ámbito embarazoso de la fuerza testicular? La pregunta surgió antes de que se instale el nuevo gobierno y como consecuencia (por los efectos directos que está produciendo) del fallido acuerdo por la impunidad, en el cual participaron Lasso, Nebot y Correa.

Preguntar por el impacto de la fuerza testicular en la política está lejos de ser un simple detalle. Esa es una condición más, quizá la más importante, para aquellos que, como el socialcristianismo y el correísmo, creen que la política es el arte de que un líder convierta el voto ciudadano en propiedad privada. No hay manual que lo explique, pero en ese mundo mágico de guerras por el poder, líderes políticos como Jaime Nebot y Rafael Correa están convencidos de ser los dueños no solo de sus partidos. También de “sus votos”, de “sus bases”, de “sus cuadros”, de “sus asambleístas”… En el tablero político, ellos alinean esos números y los exhiben como hacen los generales con sus divisiones.

La política ecuatoriana vuelve a estar confrontada a ese drama. El Partido Social Cristiano ha popularizado esa escuela. Los cojones, con esas palabras, están en su ideario político. Pero ese monopolio lo comparte ahora con Rafael Correa.

Hace apenas dos meses, su partido (no importa la sigla) mostraba a un candidato a la presidencia al cual le hizo algunos perfiles para venderlo al electorado: primero, el “perfecto desconocido”, como Andrés Arauz se llamó. Luego la extensión de Correa (Andrés es Correa). Luego Andrés es Andrés (sin Correa). Luego Correa es Andrés. Ese candidato-camaleón perdió.

Nadie sabe dónde está Andrés y el que aparece en medios -y también en Zoom en reuniones secretas- es Correa. Andrés volvió al estatus que tenía: un desconocido que mutó, en la campaña, en presta-nombre. Y el dueño de su partido sigue ahí con la única agenda que lo anima (liberarse de la Justicia) que es, por supuesto, la agenda de “sus asambleístas”. Y como él se percibe dueño del país, entiende que esa agenda debe ser vista y entendida por la opinión pública -con la ayuda del socialcristianismo- como prioritaria para todos. Ese fue el motivo que lo llevó a negociar con el presidente electo y Jaime Nebot.

Y, claro, una pregunta surgió: ¿recibió el presidente Lasso en las urnas el mandato de solucionar los problemas judiciales de un prófugo de la Justicia? No. Y como se percató del error garrafal que iba a cometer, se retiró a tiempo del acuerdo. Pero los otros dos líderes han convertido esa deserción en hacha de guerra contra su gobierno. Ahora hay que trasladar la pregunta al socialcristianismo: ¿cuándo los electores dieron un mandato a sus asambleístas para ocuparse de los problemas judiciales de un expresidente prófugo de la justicia? Y si no existe ese mandato, ¿por qué admiten que los efectos de esa equivocación se conviertan en el centro de su actividad parlamentaria?

Por supuesto que, por esas extrañas mutaciones que produce la filosofía de la fuerza testicular, algunos pueden sentir amargura, decepción y rabia por lo sucedido. Pero ese acuerdo era ‘non sancto’. Y no hay mandato popular para que en la Asamblea algunos parlamentarios canjeen las urgencias del país por eventuales arreglos de cuentas.

El Partido Social Cristiano podría tener sorpresas si termina mutando en socialcorreísmo. En todo caso, Jaime Durán debería decir a su amigo que la fuerza testicular no es la mejor consejera política en esta era de Twitter y TikTok. Los ciudadanos votan por causas y derechos y no están dispuestos a comprarse guerras encubiertas para fines inconfesables.