Premium

Fácil, pero el país no lo hace

Avatar del José Hernández

¿Demasiado sencillo? Quizá. Pero en esas verdades, que ya escritas parecen de Perogrullo, estriban la diferencia entre el sentido común y el populismo...’.

¿Por qué ahora y no antes de la campaña electoral? ¿Por qué ahora y no antes de que se instalara el nuevo gobierno? ¿Por qué ahora? ¿Acaso no se podría colegir que es para ayudar al gobierno de Guillermo Lasso?

Buscar diálogos y consensos en Ecuador es altamente sospechoso. No es nunca el momento adecuado. Tampoco es la lista de invitados correcta. Faltan unos; sobran otros. Hay demasiado de una tendencia y faltan ecologistas. O negros. O montuvios. O millenials. Personas con algún tipo de discapacidad...

Hay demasiados de una región. Muchos académicos. Faltan trabajadores. Indígenas. Comerciantes. Agricultores. Empresarios. Y si se discute de la crisis climática, es obvio que ese no era el tema. La coyuntura indica que es la inseguridad. O los problemas de la pobreza. O la agenda de género. O la relación entre gobiernos locales y el gobierno nacional… Y así. Nunca es el momento. Nunca es la agenda conveniente. Nunca es la lista de invitados apropiada. Y eso sin hablar del eje del tema planteado o el tenor de los consensos logrados. O son muy teóricos. O son imposibles. Y así se podría proseguir.

En definitiva, en Ecuador dialogar, con fines democráticos y de gobernabilidad, es socialmente dudoso y políticamente absurdo. Y sin embargo es lo que hay que hacer. En ese marco, hay que entender el encuentro en la Hacienda Cusin, en Otavalo, hace una semana larga, para dialogar sobre el manejo fiscal. ¿Muy técnico? En absoluto. Sencillamente se trató de acordar sobre políticas y criterios que tienen que ver con el uso razonable y honesto de los recursos públicos. Hubo 13 acuerdos que caben en algunas verdades. Una: ningún problema se puede resolver sin plata. Por eso es tan grave el gasto excesivo en período de vacas gordas, como la ausencia de ahorros para momentos de vacas flacas. Dos: el país no puede seguir acumulando déficits y deudas que conllevan, entre otros dramas, caídas inmensas en el gasto social. Tres: usted puede decirse socialista, centrista o liberal: si quiere hacer política social tiene que manejar en forma rigurosa la política fiscal. Cuatro: el tamaño del Estado no es un problema. Cada sociedad debe tener el Estado que se puede costear, siempre y cuando no ponga en riesgo el equilibrio fiscal. Cinco: nada es gratis. Pretender que el Estado pague todo (como si fuera un tercero ajeno y etéreo) es una irresponsabilidad populista. Seis: no se puede pretender vivir en una sociedad tipo Suecia, pagando tributos con el nivel de Guatemala. La diferencia en la tributación es de 30 puntos: 43 % contra 13 %…

¿Demasiado sencillo? Quizá. Pero en esas verdades, que ya escritas parecen de Perogrullo, estriban la diferencia entre el sentido común y el populismo; entre aquellos que quieren más políticas sociales pero no quieren oír hablar de impuestos; entre aquellos que quieren mantener los subsidios generalizados a los combustibles y aquellos que quieren focalizarlos. También entre aquellos que creen que el mercado resuelve todos problemas y aquellos que saben que solo las políticas públicas pueden hacerse cargo de las inequidades. Eso pone fuera de juego a los diputados que proponen leyes que cuestan, a veces, miles de millones de dólares. Y a muchos otros prestos a votar por ellas sin preguntar de dónde saldrá la plata para financiarlas en forma sostenible.

Parece poca cosa hablar de ingresos y egresos y de su equilibrio. Parece poca cosa preconizar un pacto fiscal y social. Pero si no se llega a ese acuerdo básico será imposible enfrentar los otros retos que tiene el Ecuador que resolver, sentándose a dialogar.