Moreno se ha vuelto un freno

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'Moreno no tiene los ojos puestos en el país: vive arreglando cuentas y equilibrando las cargas en ese grupo que un día sirvió a Correa y hoy él administra’.

Criticar a Lenín Moreno sigue pareciendo, a parte del establecimiento empresarial y político, un ejercicio imprudente e innecesario. Imprudente porque se supone que así se debilita más la frágil institucionalidad acosada por el correísmo golpista. E innecesaria porque también se supone que, en tiempos del coronavirus y desbocada crisis económica, el presidente tiene escaso margen de maniobra. Y de todas maneras, criticarlo es pena perdida: no oye, no procesa, no corrige.

En el supuesto no consentido de que esos partidarios del silencio tuvieran la razón, hay algo que no pueden negar: el presidente es un hecho ineludible de la realidad. Está en Carondelet, produce actos de gobierno por acción u omisión, quita y pone ministros, viabiliza o bloquea soluciones y sus decisiones cambian el panorama. Ni torciendo el cuello a la dinámica propia de la democracia, que implica para el periodismo evaluar y analizar las acciones y los discursos del poder, se puede prescindir de Lenín Moreno. En los últimos días, por ejemplo, envió a la Asamblea el proyecto de ley llamado de “apoyo humanitario para combatir la crisis derivada del COVID-19”. Nombró el director del Centro de Inteligencia Estratégica. Cambió al secretario de Comunicación del Ejecutivo. Y, claro, sigue socapando la campaña electoral de su vicepresidente, cada vez más evidente y que, como si fuera normal, corre profusamente por las redes sociales.

Esos y otros hechos constituyen, cada uno, un motivo de análisis. ¿Alguien entiende que haya enviado el proyecto por el coronavirus sin concertarlo mínimamente con quienes lo votarán en la Asamblea? ¿Alguien entiende que Sonnenholzner se haya convertido, gracias a la propaganda, en el líder del gobierno por encima de Moreno? ¿Alguien entiende que el ministro de Ambiente y Agua sea hoy el nuevo zar de inteligencia? ¿Estaba extraviado Juan De Howitt en su cargo anterior o está en el lugar equivocado ahora? Posiblemente no tiene el perfil para ninguno de los dos.

Gustavo Isch reemplazó a Gabriel Arroba, en la Secretaría de Comunicación. Arroba sustituyó en agosto pasado a Luis Eduardo Khalifé que, a su vez, reemplazó a Andrés Michelena, enviado al Ministerio de Telecomunicaciones. Khalifé duró 75 días en el cargo sin poder decidir si hacer comunicación o propaganda. Esa disyuntiva retrata la naturaleza profunda del morenismo que quisiera hacer comunicación política, pero carece de la materia prima básica: densidad política y sujeto político en Carondelet. Moreno no produce política que pueda ser comunicada: sigue prisionero de lo que él fue durante el correísmo y del proyecto político que emprendió con Correa, hasta que el expresidente se volvió un lastre.

Por eso mantiene la misma gente y la recicla. Por eso reincide en errores o tarda, a veces años, como ocurrió en Finanzas y en Cancillería, en enmendarlos. Por eso da oportunidad a correístas descalificados de estar en su gobierno. Para él cuenta que se rediman sirviéndolo a él y dándole la espalda a Correa. Eso explica por qué nombra algunos ministros o funcionarios, como De Howitt, no aptos para los cargos. Moreno no tiene los ojos puestos en el país: vive arreglando cuentas y equilibrando las cargas en ese grupo que un día sirvió a Correa y hoy él administra.

Criticar a Moreno es un acto de lucidez necesario a la democracia que él, por su falta de visión, debilita. Porque tendría que haber cambiado de políticas, actitudes y ritmo hace tiempo. Él debe creer que es coherente con la aventura que inició con Correa en 2007. Pero esa coherencia se ha vuelto para el país un freno.