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¿Interesa el país a la élite guayaquileña?

Avatar del José Hernández

"¿Qué tanto les moviliza el destino del país? ¿Qué tanto les incumbe el colapso institucional que pone en jaque todos los días cualquier plan empresarial y todo monto de inversión?"

Tener unas élites ensimismadas y tener un candidato presidencial que está entre los favoritos para ganar la presidencia de la República: esa es la doble condición que caracteriza a Guayaquil en este momento. Hay que agregar que, hasta antes del acuerdo entre CREO y el Partido Social Cristiano, Guillermo Lasso, mirado desde Quito, parecía más un candidato serrano que costeño. Guayaquil no parecía haberlo adoptado, a pesar de que ha sido siempre una de las figuras prominentes del Puerto Principal. Así es el reino de las percepciones que puede no ser siempre exacto, pero que gobierna buena parte de las realidades.

Las élites guayaquileñas miradas desde afuera, y miradas desde la crisis institucional que en su última manifestación -en octubre pasado- puso al país al borde de un golpe de Estado, suscitan un gran número de interrogantes. No cabe duda de que tienen gremios empresariales emprendedores, dinámicos y audaces para tomar decisiones. Y que se sienten concernidos por el destino de Guayaquil. ¿Qué tanto les moviliza el destino del país? ¿Qué tanto les incumbe el colapso institucional que pone en jaque todos los días cualquier plan empresarial y todo monto de inversión? ¿Qué tanto les atañe el estado raquítico, para no ser peyorativo, de una democracia que parece feriar su existencia sin que sus promotores sepan o aquilaten los valores que defienden?

Esas élites no producen la percepción de que el país, todo el país y su destino, también es asunto suyo. Se dirá que sí, que Guayaquil por la Patria, siempre. Que no hay evento (terremoto, coronavirus…) en el cual no se vea la presencia y el apoyo decidido de Guayaquil. Pero quizá ahí no está el debate. Y ese debate, por si acaso, no es entre costeños y serranos, porque esa es una deformación nacional para empatar y evacuar preguntas, de lado y lado, sin haberlas respondido.

La crisis institucional plantea un debate que cuestiona las élites en general, a todas las élites del país. Y, por supuesto, las preguntas que hay que hacer a las élites guayaquileñas calzan por igual en Quito, Cuenca, Machala, Riobamba, Loja… En Guayaquil tienen particular relevancia por el peso de la ciudad y por la vocación de poder nacional que se espera debería ser el suyo. Esa no es, sin embargo, la percepción que generan esas élites. Lucen encerradas en Guayaquil, como lo hizo, lamentablemente para él, Jaime Nebot durante lustros. Lucen preocupadas solamente por Guayaquil, sus rentas y su estatus. Lucen interesadas en un posible federalismo que incremente el margen de maniobra de su ciudad con respecto a un modelo político que le es adverso. ¿Les preocupa el Estado nacional? No parece. ¿Les preocupa la insurrección indígena que, ahora con ingredientes políticos marxistas y mariateguistas, amenaza con repetir octubre-2019 en Quito? No parece. O quizá sí, mientras no hagan en Guayaquil lo que hicieron en Quito.

A las élites guayaquileñas les preocupa con toda la razón el centralismo. Pero es curiosa la forma como lo perciben, porque la Constitución que centralizó el poder, de manera radical y absoluta, la escribió Rafael Correa en Montecristi. Con el apoyo de muchos políticos del país, es verdad, pero entre ellos muchos cuadros salidos de Guayaquil. Es decir, ese centralismo que hace tanto daño a Guayaquil, y al país en general, es patrimonio de todos. Y no cabe solamente criticarlo: hay que desmontarlo.

Las élites guayaquileñas, emprendedoras y democráticas, lucen de espaldas al país convulsionado. ¿Mera percepción? No. También ellas tienen que derribar ya el Muro de Berlín que se impusieron.