Jorge Luis Jalil | Los Leones

La tecnología no es el problema. La amnesia sobre quiénes somos, sí. Y ya empieza a costarnos caro
Cuando León XIII escribió Rerum Novarum no lo hizo para enemistarse con el progreso ni para caer en la trampa de los discursos que prometían igualdad a punta de destruir libertades. Lo hizo porque vio claro algo que muchos se negaban a aceptar: la Revolución Industrial había traído riqueza, sí, pero también había aplastado a millones. Y que la solución no era dinamitar el mercado, sino humanizarlo. No abrazó el socialismo. Defendió la propiedad privada, el derecho al trabajo digno y la posibilidad de crecer sin depender del Estado ni de patrones abusivos.
Hoy, más de un siglo después, enfrentamos una revolución igual de profunda. Solo que esta vez no son las máquinas de vapor, sino algoritmos que aprenden, deciden y reemplazan. Y no puede ser casual que el nuevo Papa haya elegido llamarse León XIV. Hay nombres que no solo son homenajes. Son advertencias. Si ayer la Iglesia tuvo que recordarle al mundo que el hombre no es una pieza más en la maquinaria económica, hoy tiene que hacerlo frente a la avalancha tecnológica que amenaza con convertirnos en datos.
Jacques Maritain lo dijo en Humanismo Integral: la técnica tiene sentido solo si está al servicio del hombre. Cuando se olvida eso, el progreso deja de ser progreso. No se trata de temerle a la inteligencia artificial ni de frenar la innovación. Se trata de entender que si el ser humano deja de estar en el centro, habremos creado monstruos que ya no podremos controlar.
La Doctrina Social de la Iglesia nunca fue enemiga del capitalismo. Todo lo contrario. Defendió desde el principio una economía libre, creativa, capaz de sacar a millones de la pobreza, pero siempre recordando que la riqueza no justifica pisotear la dignidad. León XIII no pidió destruir el sistema, pidió corregirlo. Y hoy León XIV parece recordarnos lo mismo, pero en un mundo que corre aún más rápido y piensa aún menos.
La tecnología no es el problema. La amnesia sobre quiénes somos, sí. Y ya empieza a costarnos caro.