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Andrés Isch | "Iré a buscarte"

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A Miguel Uribe lo asesinó el narco; así, en singular y en genérico

“Espérame, que cuando cumpla mi promesa con nuestros hijos, iré a buscarte y tendremos nuestra segunda oportunidad”. Es el mensaje que dejó María Claudia Tarazona a esposo, Miguel Uribe, cuando se hizo pública su muerte. Una muerte en diferido, con la crueldad de quienes son capaces de asesinar no solo a la persona, al candidato presidencial o a las ideas, sino también a la esperanza de volver a vivir en un país en paz.

A Miguel Uribe lo asesinó el narco; así, en singular y en genérico, porque ya no se trata de los grandes capos con nombre propio de los años ochenta. El narco es ahora un todo, un monstruo viscoso con capacidad de tomar la forma de todo lo que topa. Desde hace más de una década que se convirtió en los hospitales donde a través de corruptos y faranduleros quita la vida a los pacientes. Pervirtió las escuelas, acosándolas con mulas que trafican sueños y revientan futuros. Llenó los ríos de mercurio y desplazó comunidades indígenas con la minería ilegal, uno de sus tantos tentáculos. Se adueñó de la justicia y convirtió, con algunas excepciones, a jueces en nimios perros falderos que mueven la cola a ver si alguna mano sucia lanza un hueso. Controla políticos, pone alcaldes y se alinea con candidaturas amigables, con quienes coinciden en batallas para destruir a los que no se dejan doblegar. Y, lo más grave, es una aspiración de estatus y reconocimiento a partir del dinero rápido.

El narco es el enemigo de todo lo que debería ser: de la humanidad, de los valores, de la alegría. El narco es el terror y hay que derrotarlo con lo que le queda de fuerza a la sociedad, uniendo la respuesta militar y policial al rescate de los jóvenes, sin descartar políticas radicalmente diferentes a las que se han aplicado, incluyendo el quitarle su mayor fuente de financiamiento a través de una legalización inteligente, como la que hizo Portugal. En esta cruzada deben coexistir el férreo poder del Estado, el valor de las autoridades y los límites éticos que impidan convertirnos en lo mismo que combatimos.

“Iré a buscarte” son palabras que debieron escucharse para celebrar la vida y no en el anhelo de que exista algo más allá del profundo dolor que producen estas desfiguradas naciones.