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Jorge Luis Jalil | ¿Integridad, al fin?

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La evaluación por desempeño deja de ser una quimera para convertirse en una realidad

En un país donde la corrupción se volvió un hábito y el servicio público sinónimo de botín, la reciente Ley de Integridad Pública no solo era necesaria, era impostergable. Su aprobación incomoda a muchos, y eso ya es una buena señal.

Por primera vez en años, se introduce una reforma estructural en el sistema de compras del Estado. Trazabilidad, firma electrónica, ferias inclusivas y auditoría preventiva. El viejo Sercop, a veces atado de manos, se transforma en regulador activo. Ya no se trata solo de comprar, sino de comprar bien. De priorizar lo nacional, de exigir transparencia. Ejemplos claros hay en los hospitales públicos, por ejemplo, donde antes se pagaban mascarillas a precio de celulares; ahora tendrán que justificar cada centavo con base técnica.

En el sector público también se acabó el blindaje de por vida. La evaluación por desempeño deja de ser una quimera para convertirse en una realidad. Si un maestro, médico o burócrata no cumple, debe irse. Y punto. Las pruebas de confianza -psicológicas, toxicológicas, hasta polígrafo- no son injustas ni discriminativas: son herramientas para proteger a quienes sí cumplen.

A quienes claman inconstitucionalidad, les recuerdo que el artículo 226 de la Constitución obliga a los servidores a responder por sus actos. La Corte Constitucional, por su parte, mediante la sentencia 5720IN/23, respaldó evaluaciones objetivas del personal en procesos de reestructuración institucional, rechazando cuestionamientos por vulnerar estabilidad laboral o igualdad, dando legitimidad a controles preventivos en la función pública. Aquí no hay regresión de derechos, hay recuperación del sentido común.

Esta ley no es perfecta, pero debe marcar un hito. Porque donde hay integridad, hay Estado. Lo demás es simulacro.

No se trata de criminalizar al servidor público ni de endurecer por endurecer. Se trata de recuperar la autoridad del Estado, que empieza por limpiar la casa.

La integridad molesta porque exige, pero sin exigencia no hay confianza, y sin confianza no hay futuro. Esta ley apunta en la dirección correcta.